miércoles, 29 de septiembre de 2021

Alcalá y el Español de la Oficina

Este 29 de septiembre, un San Miguel más, y ya van 474, se conmemora el cumpleaños de Miguel de Cervantes, aunque las celebraciones oficiales y festivas se arremolinarán en torno al 9 de octubre, día del bautismo y única fecha cierta de la venida al mundo del escritor, como viene siendo tradición en Alcalá. Y no es tradición reciente ni mucho menos, pues desde hace más de 150 años ese día está señalado en el almanaque local. Bien es verdad que la celebración en los últimos años del Mercado del Quijote (o Medieval, como lo conoce todo el mundo) ha diluido ese añejo origen. Pero ahí está y seguirá estando. Y no solo para la gloria local, sino como un noble pretexto para festejar la existencia de un icono de las letras universales y en particular de la lengua española. Una circunstancia que, de manera tan torpe como incomprensible, ha sido ignorada por la controvertida Oficina del Español que acaba de presentar el Gobierno de la Comunidad de Madrid.


Cartel anunciador de Alcalá (Foto: Ayuntamiento de Alcalá)

Porque si de verdad el propósito de este organismo es "convertir a la Comunidad de Madrid en la capital europea del español", como se ha proclamado, resulta chocante que no se haya enarbolado la figura de Cervantes y lo que representa, ni tampoco se haya contado con Alcalá, que es mucho más que la patria chica eventual del Príncipe de los Ingenios. Y no por chovinismo rancio, sino porque es notoria la aportación de legados únicos a la empresa de promocionar la lengua y la cultura españolas en el mundo.

Claro que si desde la Administración regional se desprecia el valor simbólico de haber sido cuna, y no solo tumba, del autor del universal Quijote, no se puede esperar mucho más del reconocimiento debido a otros hitos también circunstanciales pero muy poderosos. Como por ejemplo el de haber sido Alcalá, la Comunidad de Madrid por tanto, escenario de la primera entrevista entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. 

Tres meses, dictan las crónicas, esperó el navegante en un hospedaje cercano al palacio de los Arzobispos de Toledo en esta curva del Henares a que la reina Isabel diera a luz a su última hija, la infanta Catalina, futura reina de Inglaterra, y reanudaran las audiencias para poder contarles su proyecto de trazar una nueva ruta hacia las Indias surcando el océano en dirección a Occidente. Y el comienzo del sueño americano y del concepto de "Hispanidad" que la presidenta Isabel Díaz Ayuso está vendiendo en su gira por Estados Unidos, nació en la fría mañana del viernes 20 de enero de 1486, cuando Colón, arrodillado en un cojín, contó su aventura y pidió amparo a unos perplejos reyes, que presidían en altos sillones el desaparecido salón de San Diego del palacio complutense.

Menos de medio siglo después de aquella primera entrevista, a apenas medio kilómetro de ese escenario, ya funcionaba a pleno rendimiento el colegio fundacional de una universidad que serviría de soporte intelectual a la empresa de las Américas, así como de modelo cultural para las primeras fundaciones académicas en la otra orilla. El águila bicéfala estampada en la parte superior de la fachada recordaba, por otra parte, el poder terrenal que todo lo sustentaba y que tenía su centro telúrico a menos de cien kilómetros, pero también sin salir de la Comunidad de Madrid: el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.


Escudo imperial que remata la fachada del Colegio Mayor de San Ildefonso (foto: Universidad de Alcalá)

Quinientos años después, este monasterio y aquel colegio, el de San Ildefonso, atesoran la declaración de Patrimonio Mundial. Y en este último caso, dos de los tres criterios que expertos de la Unesco esgrimieron para concederle valor de universalidad fueron, literalmente, su contribución al desarrollo de la lengua española y la proyección de ésta y de la cultura española en el mundo, empezando por América.

Obviar por parte del Gobierno regional esa valiosa herencia, única e intransferible, es un desperdicio difícil de entender e incluso de tolerar. Y no se trata de protestar desde Alcalá por la 'contraprogramación' que se ejerce desde Sol organizando un festival de la Hispanidad -con casi un centenar de actividades y todas, increíblemente, en la capital- que coincide con la Semana Cervantina y el Mercado alcalaínos, como se ha quejado lastimeramente el Gobierno municipal complutense. La reclamación ha de ser mucho más ambiciosa.

Al menos Toni Cantó, responsable máximo de la oficina, no puede alegar ignorancia porque conoce la ciudad de mucho antes de visitarla como político. El fue uno de los actores que participó en la edición pionera del festival Clásicos en Alcalá en 2001, enrolado en el elenco de una versión de Las amistades peligrosas. Y tres años más tarde presentó la ceremonia de los Premios Ciudad de Alcalá, galardones culturales con más de medio siglo de trayectoria, de los más veteranos de la región. Y solo son dos ejemplos de lo mucho de lo que ha sido actor y testigo aquí.


Cartel de despedida en una autovía de la región

A no ser, claro, que haya otros objetivos e intereses en juego, y que la promoción cultural y económica desde la lengua en la región -una meta, por otro lado, que ya se le presumía al Gobierno autonómico- responda a otras intenciones que desconocemos. El tiempo lo dirá. Pero de momento, resulta tan evidente como chocante que el español del que habla el Ejecutivo autonómico y que ha justificado la creación de su oficina, no sea el mismo de Alcalá y del resto del área metropolitana. Responde a la misma gramática extraña y excluyente que se plasma en los discursos y soflamas oficiales e incluso en  esos carteles de entrada y salida de la Comunidad en las autovías radiales donde solo pone Madrid bajo siete estrellas de blanco con fondo rojo. 

miércoles, 21 de julio de 2021

La hija de Cervantes y el amor en los tiempos de la peste

Hamnet y Hamlet eran nombres equivalentes, dos formas perfectamente intercambiables en la Inglaterra del siglo XVI. Así lo aclara la escritora Margie O’Farrell al comienzo de su libro Hamnet, una de las novelas más aclamadas por críticos y lectores en Europa en los últimos meses. En ella se fabula sobre los orígenes familiares de William Shakespeare en Stratford, así como sobre su boda con la indomable y magnética Agnes, sus inicios como autor-actor en los corrales de comedias de un sucio y caótico Londres y, ante todo, su honda herida por el fatal destino de su malogrado hijo Hamnet.


La sobrina de Alonso Quijano, asomada a una ventana, en un grabado de una edición española del Quijote de 1904 (cervantesvirtual.com)


Aunque se trata de una ficción, el hechizante relato de O’Farrell permite evocar los duros contrastes que existieron entre la fastuosa imaginación y el talento único que Shakespeare plasmó en sus universales comedias y tragedias, repletas de historias, personajes y pasiones formidables; y las miserias, amarguras y crueldades que jalonaron su vida y la de sus allegados.

Esa distancia entre vida de penalidades y obra luminosa, así como la dificultad de reconstruir una biografía nebulosa, son también comunes con el otro gran coloso del momento y de todo tiempo, nuestro Miguel de Cervantes

Como el bardo de Stratford, el de la alcalaína calle de la Imagen nunca logró erigir un edificio familiar sólido,equilibrado y protector. Más bien lo contrario. Y particularmente frustrante y dolorosa fue la convivencia con su única descendiente.


Portada de 'Hamnet', de Maggie O'Farrell (Libros del Asteroide)

Entre los muchos defectos y fracasos que acarreó a lo largo de su vida el manco de Lepanto, la relación con su hija representó una de las mayores cargas. Isabel de Saavedra, que así se llamó, fue fruto de una relación extramatrimonial y no fue reconocida hasta los 14 años, razones que pueden explicar en parte el tenso vínculo entre hija y padre. A recopilar datos que soporten esas razones y a buscar nuevas informaciones sobre la no menos desgraciada vida de la única descendiente del alcalaíno más universal dedicó uno de sus libros Emilio Maganto Pavón (Madrid, 1943), urólogo, exprofesor de la Universidad de Alcalá e investigador cervantista.

Isabel de Saavedra. Los enigmas en la vida de la hija de Cervantes (Editorial Complutense) es el título de esta obra, que vio la luz en 2013 y en cierto modo es continuación del libro que Maganto dedicó un par de años antes a su madre y amante del autor del Quijote, Ana Villafranca o Ana Franca. Once archivos y bibliotecas, además de un sinfín de libros de los siglos XVI y XVII de iglesias de la capital, rastreó el estudioso para reunir documentación inédita sobre Isabel, nacida en Madrid en 1584 y fallecida en la misma ciudad en 1652.

Los datos recabados por el investigador permitieron reconstruir distintas partes de su biografía, especialmente hasta los 14 años, habiendo localizado incluso su partida bautismal. También compiló abundante información sobre la familia de su madre, una mujer a la que Cervantes conoció después de concluir su cautiverio en Argel en 1580 y con la que mantuvo una relación fugaz y clandestina, pues ella estaba casada con Alonso Rodríguez, que regentaba una taberna frecuentada por gentes del teatro y de las letras.

Durante el breve idilio fue concebida la niña, de la que se desentendió el escritor de inmediato, así como de su madre, ya que el nacimiento vino a coincidir con el éxito de su primera novela, La Galatea, y su compromiso matrimonial con Catalina de Salazar, que acabó resultando un fiasco, pues al parecer estuvo más inspirado por las conveniencias económicas que por el enamoramiento.

En 1598 murió Ana y al año siguiente Cervantes se decidió a asumir sus responsabilidades como padre. Eso sí, reclamó a su hija a través de su hermana Magdalena, que la puso a su servicio, y le dio su segundo apellido, Saavedra. "Es difícil en la época actual sopesar cómo vería Cervantes sus obligaciones como padre y el tenerse que hacer cargo de ella al fallecer su amante", indica Maganto, aunque los hechos comprobados resultan de lo más elocuentes: "Lo que parece evidente es que Cervantes no la reclamó cuando murió el padre putativo de Isabel, Alonso Rodríguez, en 1590. Después, esperó más de un año para reclamarla y no quiso estar presente en tan honroso acontecimiento. Por otra parte, la reconoció de forma implícita, es decir, no dándole su primer apellido, sino el de Saavedra, y siempre por intermedio de su hermana Magdalena. Todo esto lo sabía su hija y nunca se lo perdonó. Para mí, son demasiadas contradicciones que no pueden explicarse solo por miedo a que su esposa Catalina se enterase".


El hidalgo, buscando la cámara donde guardaba sus libros, en una ilustración de una edición inglesa del Quijote de 1886 (cervantesvirtual.com)

Sea como fuere, lo cierto es que todos aquellos sucesos emponzoñaron los lazos de Cervantes con su hija, que ya arrastraba bastante sufrimiento a consecuencia de la mala vida en la taberna, hasta conformar una "personalidad perversa" y cargada de "resentimiento" que, según el cervantista, Isabel  no solo dirigió contra su padre, sino "contra todos los hombres que se cruzaron en su vida".

A la luz de esta investigación, no hay rastro idílico de la convivencia de Cervantes con su hija, que más bien se convirtió en otra pesadilla en su vida. "El rencor fue una de las principales señas de identidad de aquella hija que amargó la vejez de su padre y que, pese a la opinión de la mayoría de los historiadores, nunca estuvo conforme ni a gusto en el seno familiar de los Cervantes", sentencia Maganto.

Con semejante desarmonía familiar, era difícil que el linaje cervantino se perpetuara. Y así parece que sucedió. Porque, por más que en algún momento se haya alentado la idea de que la estirpe del escritor ha podido llegar hasta nuestros días, los documentos son tercos: el Príncipe de los Ingenios apenas dejó linaje. Isabel, su única descendiente conocida y reconocida –se ha especulado con la existencia de un hijo en Nápoles, fruto de una aventura similar a la de Ana Villafranca, pero no se han encontrado pruebas fiables de ello- le dio una nieta, Isabel Sanz de Saavedra, fruto de su relación adúltera con su amante, Juan de Urbina, ya que ella estaba casada en primeras nupcias con Diego Sanz del Águila. Pero la pequeña Isabel murió con dos años. Isabel tuvo un segundo marido, Luis de Molina, pero el matrimonio no dejó hijos. 

De esta última relación, Maganto tiene la sospecha de que Isabel estuvo separada totalmente del esposo y vivía sola: "Su matrimonio solo fue de tipo judicial para entablar pleitos en contra de su examante y para lucrarse, ya que era un matrimonio impuesto y por contrato notarial”. 


 Portada de la iglesia del Convento de Carmelitas Descalzas de la Concepción o de la Imagen, donde profesó como monja Luisa, hermana de Miguel de Cervantes (cvc.cervantes.es)

En relación a otros descendientes posibles del escritor, está probado que su estirpe se extinguió a su muerte en 1616. Con su esposa Catalina no tuvo hijos y al parecer tampoco los tuvo su sobrina Constanza de Ovando, hija de su hermana Andrea, la única de las hermanas de Cervantes que dejó una descendiente, bastarda para más señas. Junto a Magdalena conformaron el conocido trío de ‘Las Cervantas’, envueltas siempre en un halo de sordidez.

Mención aparte merece Luisa, cuyo mundo se redujo a unas pocas decenas de metros toda su vida: fue monja carmelita en el convento de la calle de la Imagen, llegando a ser su priora –sus huesos han de permanecer aún en su osario, mezclados con los de decenas de hermanas, de ahí que fuera imposible contar con ellos durante la fiebre por la identificación y localización de los restos de Cervantes en la cripta del madrileño convento de las Trinitarias desatada en 2014 y de las que nunca más se supo-.

Con semejante entorno familiar, no sorprende y a la vez admira que Miguel de Cervantes se evadiera habitando el mundo liberador de la creación literaria. Los amores imperfectos y las pasiones más bajas, pero amores y pasiones al cabo, quedaban para su día a día, que era bastante más duro, precario y azaroso que el del presente. Juzgarlo con valores y criterios de hoy no deja de ser un sinsentido.

Las desdichas de Isabel y las de Hamnet mortificaron de manera inimaginable a sus célebres progenitores en unas vidas que, con sus golpes de fortuna y con todos sus destellos de gloria incluidos, transcurrían entre rigores de supervivencia en los implacables tiempos de la peste.

miércoles, 30 de junio de 2021

Alcalá, San Diego, California y el hombre que pudo reinar

Hace unos días derribaban una estatua de Cristóbal Colon en la ciudad colombiana de Barranquilla. Al grito de “Colón asesino”, la turba arrancó la cabeza de la efigie y la arrastró por las calles. Se trata del penúltimo acto -vandálico en este caso- para tratar de borrar la huella hispánica en América, un movimiento que se ha acentuado en los últimos tiempos y que tiene seguidores desde la Patagonia a los ricos estados del Norte. En California, por ejemplo, la pasada primavera un concejal de la ciudad de San Diego se significó por iniciar una campaña para eliminar todas las referencias a España en el escudo de la ciudad, porque “glorifica a los que robaron” y “ocuparon la tierra”. Claro que de no ser por la presencia española la próspera ciudad que habita el concejal y casi millón y medio de almas más no existiría. Y a su vez San Diego no sería tal sin la existencia de Alcalá de Henares.


Aspecto del skyline del centro financiero de San Diego (viajarsandiego.com)

El corazón de esta ciudad es la misión que unos religiosos franciscanos fundaron en 1769 y que consagraron a la advocación de un franciscano de pro como San Diego de Alcalá, dentro de la campaña evangelizadora y militar ordenada por Carlos III, uno de los primeros reyes borbones, para la costa oeste de Norteamérica. Hoy el templo y su recinto es monumento nacional. Y la Universidad Católica de la ciudad se halla en un área conocida como Parque Alcalá.

Por eso, cada cierto tiempo visitan el patio complutense y, en particular, la Catedral Magistral donde reposa la momia del venerable franciscano grupos de californianos deseosos de conocer sus raíces. Este vínculo pudo haber sido más estrecho de haber fructificado el hermanamiento entre ambas ciudades que tuvo como mediador a un peculiarísimo personaje, Alfonso de Bourbon, que presumía de ser familiar directo del rey Juan Carlos y que falleció hace casi una década.


Entrada a la Misión de San Diego (missionsandiegohistory.org)

Aseguraba ser el hijo de Alfonso de Borbón, primogénito de Alfonso XIII, aunque no poseía más prueba de ello que el asombroso parecido físico con su abuelo. Alfonso de Bourbon Sampedro, que tal era el nombre del supuesto primo del rey emérito Juan Carlos –y descendiente, por tanto, del rey ilustrado que ordenó conquistar la fachada continental al Pacífico antes de que se le adelantara el imperio ruso-, nunca reivindicó sus derechos al trono español, pero se ganó la vida valiéndose con mucha maña de su planta y modales aristocráticos y de una cultura cosmopolita entre la alta sociedad de San Diego, donde se instaló en 1975 tras criarse en Suiza, estudiar en La Sorbona y Heidelberg y trabajar como traductor para la ONU en Nueva York. Y el mayor ejemplo de su implicación en la comunidad sandieguina fue su intento de hermanarla con Alcalá, la ciudad donde se custodian los restos del santo, hace cuarenta años.

Su mediación no tuvo fruto pero fue recordada con ocasión de su muerte en los primeros días de 2012, ocurrida en trágicas circunstancias en el exclusivo distrito de La Jolla, donde residía. Porque el elegante y educado Bourbon murió arrollado por un camión cuando se entregaba a su afición por rebuscar en los contenedores de basura de su selecta barriada. En las crónicas de los periódicos de San Diego calificaron con indulgencia de "extraña costumbre" la manía de su distinguido y entrañable vecino, al que conocían como 'El Conde' o 'El Príncipe', habitual de las bibliotecas y las librerías y también de las fiestas más exclusivas, a las que acudía sin invitación, y restaurantes de lujo, donde pedía a sus amigos que le convidaran.


Alfonso de Bourbon, en una foto de comienzos de los años 70 (foto: 'Mujer Hoy')

De ese punto excéntrico también hizo gala en sus visitas a Alcalá a comienzos de los años 80, cuando actuó de enlace entre el Ayuntamiento de San Diego y Alcalá. El Cronista de la Ciudad, Vicente Sánchez Moltó, recuerda al menos tres estancias de Alfonso de Bourbon en la ciudad complutense entre 1980 y 1983, siendo alcalde Carlos Valenzuela y concejal de Cultura, José María Bustamante. El nunca aclaró ante los munícipes el parentesco que tenía con la familia real española; simplemente afirmaba que tenía relación con ella. “Vestía de manera elegante, era una persona muy educada y hablaba perfectamente castellano, aunque con un fuerte acento extranjero. De hecho, nos corregía cada vez que le presentábamos como Alfonso de Borbón. Él aclaraba que su apellido era como el original francés, Bourbon", rememora Moltó.

El hermanamiento no se pudo consumar por razones puramente económicas: "Solo el coste de los viajes a California era inasumible para un ayuntamiento que apenas tenía dinero y que se veía acuciado por necesidades mucho más urgentes en la ciudad", explica el cronista, evocando aquel Alcalá con barrios aún en construcción, equipándose a duras penas de colegios, ambulatorios, líneas de autobuses y hasta redes de saneamiento y agua corriente. Así las cosas, al aristocrático ‘embajador’ californiano no hubo más remedio que darle largas y el vínculo entre las dos ciudades quedó ceñido a las visitas que con cierta regularidad hacían, y aún hacen, grupos de sandieguinos a Alcalá.


San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres, obra de Bartolomé Esteban Murillo (1645)

Muchos vinieron recomendados por el propio Alfonso de Bourbon, que llegó a presidir la sociedad Ciudades Hermanas San Diego-Alcalá y que, en la medida de sus posibilidades, divulgó la historia y la cultura española entre sus convecinos apelando a su linaje y sus raíces familiares. Y eso que, de ser ciertos éstos, más bien deberían haberle producido rencor y amargura. Porque, según su testimonio, él fue el fruto del matrimonio entre Alfonso de Borbón y Battenberg, que renunció a todos sus derechos al trono español, y Edelmira Sampedro, heredera de una rica familia cubana. Nació en la ciudad suiza de Lausana y al poco de llegar al mundo fue entregado a una comunidad de monjas. No conoció a su padre, que murió en un accidente de tráfico en Miami cuando él tenía seis años; y su madre se desentendió de él, dejándole a cargo de las religiosas, que lo criaron. Oficialmente la pareja no tuvo hijos.

Fueron las monjas las que le contaron esta historia, aunque siempre careció de documentos que acreditaran su filiación. Lo único que esgrimía era una pequeña foto de su abuelo Alfonso XIII, que siempre llevaba en el bolsillo, para demostrar que, en efecto, era su vivo retrato.

Justo es señalar, por otra parte, que el interés de la comunidad sandieguina por conocer más de los orígenes y la toponimia de su ciudad vienen de antes de la aparición de Alfonso de Bourbon. Por ejemplo, fue en los años 60 del pasado siglo cuando James S. Copley, un magnate de la prensa de San Diego y político republicano, residente como Bourbon en La Jolla, se interesó por Alcalá. Y de aquello quedó como testimonio permanente una estatua del santo que donó a la ciudad en 1964 y que se puede admirar actualmente en el patio de Mataperros de la ermita de los Doctrinos. En su pedestal se puede leer la siguiente leyenda: "Este monumento costeado por James S. Copley ha sido erigido en memoria del santo cuyo nombre lleva la ciudad de San Diego de California". 



La estatua de San Diego, en el patio de la ermita de los Doctrinos (foto: Dream Alcalá)

Allá, tal y como se están poniendo las cosas para la memoria y la historia hispana, las tres fieras quimeras que hacen guardia en el recoleto corral alcalaíno no le vendrían mal a una efigie del humilde fraile, “siervo pequeñito y abandonado”, según la gráfica descripción que hizo el papa en su bula de canonización, y aun así santo prodigioso. Porque dar nombre a una moderna y pujante ciudad al otro lado del mundo no es poco milagro.


miércoles, 24 de febrero de 2021

La inesperada mudanza de la familia Madrazo al olvidado palacio de los Casado

Hace once años asomaron por Alcalá. Los caballeros con su rostro adusto, sonrisas leves en las mujeres, graves y estirados los niños; todos elegantes y dignos. Eran los Madrazo, 80 en total. 80 cuadros como 80 ventanas a buena parte de la mejor pintura del XIX en España y a algunos de los personajes más destacados del siglo. La fastuosa colección de la célebre saga de artistas se alojó en el hospital de Santa María la Rica, aunque su destino era otro viejo hospital alcalaíno, el de San Lucas y San Nicolás, también conocido como palacio de los Casado o del marqués de Morante. Así lo acordaron la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Alcalá. Pero tras aquella ilusionante estancia en los primeros meses de 2010, los Madrazo se marcharon. Y no han regresado.



Algunos de los cuadros de la colección Madrazo, antes de abandonar la caja familiar y pasar a propiedad 
de la Comunidad de Madrid (foto: Juan Manuel Castro Prieto)

Muchos aún recordarán aquella suntuosa exposición de Santa María la Rica, con los magníficos retratos luciendo sobre fondos verdes y rojos. Un escenario donde la entonces presidenta regional, Esperanza Aguirre, y el entonces alcalde, Bartolomé González, rubricaron el acuerdo para la creación del museo Madrazo en Alcalá, la culminación a varios meses de negociaciones.

Cuatro años antes de aquella firma, en 2006, el Gobierno regional se hizo con la colección, de 84 cuadros en total, representantes de todas las tendencias pictóricas decimonónicas: el Neoclasicismo del patriarca de la saga, José de Madrazo Agudo, el Romanticismo de su hijo Federico de Madrazo Kuntz, las pinturas de encargo de Luis de Madrazo Kuntz, o el impresionismo de Raimundo y Ricardo de Madrazo Garreta.

La colección fue adquirida gracias a una dación en pago de impuestos por parte de los descendientes directos de los pintores: María Teresa de Madrazo y de Madrazo y su esposo, Mario de Daza y Campos. Ambos conservaban en su casa de Madrid estas pinturas, componiendo una exposición doméstica llena de encanto, como testimonió el fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto, Premio Nacional de Fotografía, en un extraordinario reportaje gráfico.



La marquesa de Branciforte, retratada por José de Madrazo (1812). A la derecha, Luisa, Rosa y Raimundo de Madrazo, posando para su padre, Federico de Madrazo (1845).  

Tras un par de exposiciones temporales, el Gobierno regional decidió buscarle acomodo permanente a la colección. Alcalá, el "Oxford de la Comunidad de Madrid" en aquellos tiempos, apareció como destino en 2009. Se examinaron varias localizaciones posibles en el centro histórico complutense pero finalmente se escogió el viejo palacete de la plaza de Atilano Casado, comprado por el Consistorio complutense en tiempos del alcalde Manuel Peinado y recién remozado entonces.

Además de aliviar sus estructuras, aquella restauración sirvió ante todo para reivindicar la importancia histórica del edificio, heredero de una fundación cisneriana de 1513 para cuidar a los estudiantes pobres y enfermos. Dos importantes hallazgos vinieron a reafirmar esa importancia: sendas esculturas de San Lucas y San Nicolás de casi un metro de altura, realizadas a mediados del siglo XVI; y una lápida funeraria de mármol de Gabriel de Zayas, secretario del rey Felipe II.



Aspecto parcial de la fachada del hospital de San Lucas y San Nicolás, en la plaza de Atilano Casado (foto: Ayuntamiento de Alcalá).

El aspecto actual del caserón, de inspiración neoclásica -con las columnas adosadas en la entrada y a alternancia frontones curvos y triangulares en las ventanas del piso superior-, es fruto de la reforma emprendida por el marqués de Morante, propietario del mismo en la segunda mitad del siglo XIX. Un detalle histórico y estético que también adornaba la acogida de esta colección pictórica, toda vez, además, de que el edificio estaba destinado a usos culturales. El Museo de la Ciudad o el Museo de la Lengua fueron algunos de los servicios que se barajaron para el palacete.

Pero si estos museos siempre se antojaron el fruto etéreo de brindis espumosos, pues nunca se aportaron detalles precisos, en el caso del Museo Madrazo no se albergaban dudas pues se poseía le esencial: el contenido, con las obras. Solo se trataba de remozar el interior del edificio con pericia y buen gusto, pues adolece de limitaciones físicas pese a su rotundo aspecto exterior y su inmejorable ubicación. Y también se había de diseñar un cuidado proyecto museístico que permitiera, a partir de la colección pictórica, reflexionar sobre la historia y la sociedad del XIX. 

Era, asimismo, una gran ocasión para reivindicar un siglo especialmente nefasto para Alcalá, el del cierre de la universidad, pero también el de la 'ciudad cuartel', la llegada del ferrocarril, el surgimiento de una pequeña oligarquía burguesa y también los primeros movimientos sociales.



Aspecto que presenta el jardín trasero del hospital de San Lucas en la actualidad.

Pero la inversión necesaria para el remozamiento definitivo y el proyecto museístico fue tardando en llegar; la colección viajó por otros lugares de España; la crisis cayó a plomo; las prioridades políticas e institucionales marcharon por otros derroteros.... Hasta hoy.

El viejo hospital de San Lucas y San Nicolás continúa cerrado a cal y canto. Y los retratos y pinturas de los Madrazo deben estar cogiendo polvo en algún almacén desconocido.  Aunque había un acuerdo firmado, no hay quien se acuerde de él ni a quien le importe. Al fin y al cabo, su visita a Alcalá fue inesperada. Y ahora nadie les espera.