viernes, 18 de enero de 2019

Un tal Colón, vecino de Alcalá

Cristóbal Colón y el descubrimiento de América nunca dejan de dar sí. El nebuloso origen del navegante es motivo de constantes polémicas y divagaciones, lo mismo que las circunstancias en que se desarrollaron sus viajes, toda una epopeya. Además, de un tiempo a esta parte, por aquello de las modas revisionistas, la llegada de los europeos al nuevo continente es objeto de repulsa, por ser la encarnación “del odio y el racismo”. Sea como fuere, tanto el almirante como el descubrimiento comenzaron a entrar en la historia hace ahora justamente 533 años, con ocasión de la primera reunión que los Reyes Católicos consintieron en celebrar sobre el asunto. Y cómo es sabido, aquella primera entrevista tuvo lugar en Alcalá de Henares, siendo uno de los episodios más notables y curiosos de su presencia en el gran libro de la historia de la humanidad.

Estatua dedicada a Cristóbal Colón en Nueva York.


Y no fue un producto de la casualidad que aquel misterioso mercader metido a geógrafo visionario relatara y ofreciera a los Reyes de Castilla y Aragón, en persona y por primera vez, su proyecto para llegar a las Indias siguiendo la nueva y arriesgada ruta del Poniente en una audiencia con escenario complutense. Ni tampoco fue cosa de un día ni de dos; hasta el punto de que bien podemos considerar al navegante como uno de nuestros ilustres vecinos por una temporada.

El 20 de enero de 1486, fecha de la histórica entrevista, los reyes Isabel y Fernando llevaban tres meses residiendo en el Palacio que los Arzobispos de Toledo de la villa alcalaína, título que regentaba en aquel momento el poderoso cardenal Pedro de Mendoza. El gran prelado, conocido como el ‘tercer rey’, unía la primacía eclesiástica y el linaje de una de las familias nobiliarias de más alta alcurnia. Y continuó la tradición de sus predecesores de acoger a los reyes castellanos en su gran palacio fortificado de Alcalá, ya entonces en vías de convertirse en un suntuoso complejo renacentista.

No era la primera vez, ni sería la última que los Reyes Católicos se alojarían en la fortaleza alcalaína. Aquí acudían sobre todo a descansar; y allí engendraron y vinieron al mundo algunos de sus vástagos, como sucedió en este caso.

Por su parte, Cristóbal Colón llevaba casi una década alumbrando su empresa comercial de las Indias. Miles de páginas han buceado, y aún lo hacen, en sus oscuras raíces (genovesas, catalanas, mallorquinas…); la forma en que concibió la idea de cruzar la “Mar Océana” en busca de las Indias o de una tierra nueva (marinos anónimos que, arrastrados por tormentas, habían encontrado islas al otro lado del océano y de cuyos relatos tuvo conocimiento directo en Portugal); y la incansable peregrinación en busca de apoyos para el proyecto.

Respecto a esto último, fue definitiva la ayuda de fray Antonio de Marchena, el religioso del Monasterio onubense de La Rábida. El franciscano le prestó asesoría técnica, redondeando el proyecto con testimonios de sabios y mapas antiguos; y le redactó cartas de presentación para los personajes principales de la Corte, con el objeto de llegar hasta los soberanos.

A mediados de 1485, con Isabel y Fernando en Andalucía enfrascados en la conquista del reino nazarí de Granada, Colón llevó a cabo su primer acercamiento. Su oferta fue clara y rotunda: un camino directo a las Indias atravesando el inmenso mar que podía procurar a Castilla y Aragón riquezas inagotables y un horizonte infinito de evangelización. Con esta propuesta se dirigió al Consejo Real en Córdoba. La primera respuesta fue negativa, aunque los consejeros tomaron nota de la extravagante idea.

Mientras Colón se reponía del primer revés en su intento de llegar a los monarcas, éstos se preparaban para una larga estancia de reposo obligada por el avanzado estado de gestación de la reina. Y tenían previsto aprovechar, una vez más, la hospitalidad del cardenal Mendoza.

A partir de aquí, es preciso seguir el relato del catedrático Juan Manzano Manzano, una de las autoridades en la vida y obra de Cristóbal Colón, y de los pocos investigadores que ha reunido los escasos datos existentes sobre la primera cita del almirante con los soberanos.

Según este profesor madrileño, los reyes llegaron a Alcalá el 24 de octubre de 1485, en compañía de la corte. Y aquí pasaron todo el otoño, que según los cronistas de la época fue extremadamente crudo, con lluvias torrenciales y vientos helados barriendo toda la vega del Henares. A finales de aquel otoño terrible, el 15 de diciembre, Isabel dio a luz a una niña, la infanta Catalina, que con el tiempo llegaría a ser la desdichada reina de Inglaterra, causante involuntaria del histórico cisma anglicano al negarse a conceder el divorcio a Enrique VIII.

Entretanto, Colón había seguido haciendo gestiones entre religiosos y nobles con vistas a acercarse a los monarcas. Y, al parecer, arribó a Alcalá a los pocos días del desembarco real. El profesor Manzano refiere, al respecto, una crónica de Francisco Henríquez de Jorquera en la que narra cómo Colón partió hacia la villa complutense “a donde los reyes estaban, tan maltratado y solo que perdían mucho crédito sus raçones, que casi todos lo dudaban”, pasando antes por la vecina Guadalajara “y se vido con el duque del Infantado”, en la búsqueda de recomendaciones para concertar una audiencia real.

Patio de armas del Palacio Arzobispal, escenario de la entrevista entre Colón y los Reyes.

El embarazo de la reina impidió la celebración inmediata de la recepción. Pero Colón no se dio por vencido y es muy posible que aguardara en compañía de su hermano Bartolomé el ansiado parto y la reanudación de las audiencias en la misma Alcalá, muy cerca de las "rojas murallas" del palacio, como lo describe el periodista británico Giles Tremlett en su biografía Catalina de Aragón, durante todo aquel otoño frío y lluvioso como no se conocía en la ciudad en muchos años.

Al alumbramiento de Catalina siguió el bautizo en la entonces Colegiata de San Justo, hoy Catedral, las celebraciones en la corte y la cuarentena de la reina, de modo que Colón tuvo que echarle paciencia unas cuantas semanas más. Y al fin se fijó para el 20 de enero de 1486 la primera tanda de audiencias reales y una de ellas fue, finalmente, para el navegante.

Se celebró un viernes porque era el día de la semana elegido para que los reyes atendieran las visitas. Y la audiencia tuvo lugar en el mismo palacio, no en la conocida como Casa de la Entrevista, un espacio perteneciente a la iglesia del desaparecido Convento de San Juan de la Penitencia que fue acondicionado como espacio cultural y bautizado así, en homenaje a aquel hecho histórico, hace medio siglo.

Se ignora el lugar exacto del palacio donde tuvo lugar el encuentro. Pudo ser en la espaciosa Sala de Concilios, construida en el siglo XV, próxima al Torreón del Tenorio y aún en pie. Pero los investigadores se inclinan más por el Salón de San Diego, una estancia más pequeña y acogedora, y ya desaparecido, pues se hallaba en una de las crujías derribadas tras el incendio del palacio de 1939.

De acuerdo con el protocolo, Colón se encontró a los reyes sentados en altos sillones; les besó las manos; se arrodilló delante de ellos en un cojín, y tras obtener su venia se dispuso a contarles el negocio que se traía entre manos.


Estela dedicada a Colón en el monumento al Descubrimiento de la plaza de los Santos Niños (foto de Juan Carlos Canalda).
Entre citas de sabios antiguos y modernos, cifras marineras y el despliegue de un mapamundi que recogía geografías lejanas y exóticas, Colón ofreció a los reyes la isla de Cipango, el Cathay y el Nuevo Mundo, en una ruta marítima siguiendo el trayecto del sol hacia Occidente y presuponiendo la redondez de la Tierra. Eso, al menos, se desprende del único testimonio que nos ha llegado de esta primera entrevista, el del bachiller Andrés Bernáldez, cronista del reinado de los Reyes Católicos, del que se sabe que fue confesor de la reina y amigo personal de Colón, a quien tuvo como huésped en su casa durante días al regreso de su segundo viaje al Nuevo Mundo.

El breve relato del encuentro es el siguiente: “Les fizo relación de su imaginación; al cual tampoco no daban mucho crédito, e él les platicó muy de cierto lo que les dicía e les mostró el mapamundi, de manera que les puso en deseo de saber de aquellas tierras… e dexando a él llamaron a hombres sabios, astrólogos e astrónomos e hombres de la arte de la cosmografía, de quien se informaron”.

Esto último fue lo que resolvieron los reyes tras escuchar la extraña y atractiva propuesta de aquel extranjero, planteada con aplomo y persuasión: trasladar el asunto a los sabios. Y fue así como despacharon a Colón, remitiéndole a la junta de expertos formada por fray Hernando de Talavera.


El ladrillo barroco y las palmeras del trópico, un guiño colombino en el jardín del viejo Colegio de Caracciolos.

A finales de 1486, el mercader metido a geógrafo visionario se enfrentó en Salamanca a un tribunal de astrónomos, cosmógrafos, astrólogos y navegantes, que habían examinado a fondo su proyecto. Y vinieron luego más exámenes, más entrevistas y, al fin, la anhelada singladura. Pero esas historias son más conocidas.

Fue aquí en Alcalá, y entre sus propìos paisanos como uno más, donde "soñó" con el Nuevo Mundo, según reza en la estela con relieve dedicado a Colón en el monumento al Descubrimiento en la plaza de los Santos Niños, bautizado hace años por el irreverente gracejo popular como 'la Piruleta'.

No hay comentarios:

Publicar un comentario