miércoles, 15 de febrero de 2023

Bienvenidos a la ciudad almacén de la humanidad

Le gustaba repetir a Manuel Gala durante sus tiempos de rector de la Universidad de Alcalá -acaso aún siga con esa letanía- que lo mejor de Alcalá de Henares era su decadencia. Los malos tragos y peores resacas que la historia le ha hecho pasar a la divina Compluto modelaron la ciudad que es en el presente, con sus aberraciones y sus glorias entreveradas, formando un pastiche milagroso que en este 2023 celebra sus 25 años como Ciudad Patrimonio Mundial. Un aniversario que coincide con otro menos oficial pero hiperreal como es el de la consagración de Alcalá como ciudad almacén... para toda la humanidad también, pues al fin y al cabo habitamos un paraje de este mundo globalizado.


La plataforma logística de Lidl entre la vieja Nacional II y el cerro del Viso, a vista de pájaro
(nexotrans.com)

Es el sino (bendito y maldito a la vez) de todas las ciudades históricas: la superposición de trazas, tramas y paisajes en el solar que ocupa en el territorio. En el caso alcalaíno, las ha habido afortunadas y genuinas, como el esquema geométrico y equilibrado de ciudad universitaria, resultado de combinar la Civitas Dei y la Ciudad del Saber. Deriva del mismo fue el título oficioso de Alcalá como la “Pequeña Roma” por la profusión de iglesias y conventos, que queda ilustrada de manera tan elocuente en los grabados y planos de  época con el skyline barroco erizado de torres, agujas, tambores y espadañas.

En el siglo XIX la presencia del Ejército evitó la destrucción absoluta del viejo barrio cisneriano y se fue dando forma a una ciudad cuartel –con un sector penitenciario en paralelo nada desdeñable-, que duró hasta bien entrado el siglo XX. La postrera revolución industrial y demográfica que experimentó Alcalá tras la Guerra Civil dejaron su huella también con un crecimiento aluvial y desordenado que a punto estuvo de arrasar los restos más señeros del patrimonio histórico y artístico complutense.


Proyecto de la fábrica Roca, obra de De Azpiroz y Roca en 1957
(Archivo Municipal de Alcalá de Henares)

Por suerte en la recta final del siglo XX se acertó a poner pie en pared frente a esta expansión caótica y se acometieron planes de conservación que han permitido hacer convivir el legado arquitectónico y urbanístico que el tiempo y sus vicisitudes han permitido que llegue hasta nuestros días, con otras incorporaciones más voluntariosas, amables y forzosas, o al menos nada agresivas, como la ciudad de las cigüeñas, del deporte o incluso, más recientemente, de las rotondas.

Cuando en 1998 la Unesco incluyó a Alcalá en su lista de Patrimonio Mundial se pensó que la urbe histórica recobraría todo su protagonismo, con infraestructuras y planeamientos acordes a sus necesidades de preservación, de realce y de promoción. Pero en honor a la realidad, lo cierto es que los progresos de ésta han sido más limitados de los que se esperaban. En cambio, ha avanzando fulgurante, casi arrollador, el modelo que dictan los tiempos y las oportunidades económicas, en nuestro caso las derivadas de la logística. Alcalá ha incorporado así una nueva etiqueta a su repertorio urbano: la citada ciudad almacén.

Lo que fueron durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX terrenos ocupados por grandes instalaciones fabriles, laboratorios o naves comerciales, han ido dejando lugar a enormes volúmenes prefabricados destinados al almacenamiento, clasificación y distribución de mercancías de todo tipo. Con ellos se ha conformado un recorrido panorámico que jalona toda la A-2 desde la salida del aeropuerto de Barajas hasta el entorno de Guadalajara capital; un formidable bulevar logístico para las comunicaciones por carretera con el extremo nororiental de España y Europa.


Calle Libreros peatonalizada (Ayuntamiento de Alcalá)

Es lo que nos toca, en definitiva, por tiempo y por espacio (geográfico). Pero también toca atender la maravillosa servidumbre que representa cuidar y proyectar una ciudad con vitola universal. Y en 25 años se ha podido hacer bastante más que acometer en serio la peatonalización del centro histórico o la reforma de los Cuarteles, emprendidas de manera relativamente recientes. Entretanto, esperan planes otros espacios estratégicos como el viejo cuartel de Sementales y la Huerta del Obispo o la ruina directamente construcciones tan singulares como La Galera o los Silos, a la vez que se soportan golpes bajos e inesperados como los derribos sin contemplaciones de Casa Blanca o del cubo de la FIAT.

Por no hablar del futuro que le aguarda a recintos como el de la vieja factoría de Roca o el de la Base Militar Primo de Rivera, preclaros vestigios de la ciudad industrial y cuartelaria respectivamente; tan codiciados para nuevos usos como necesitados de protección, pues el paraguas institucional de bienes culturales va cubriendo cada vez más a construcciones y espacios de funcionalidades diversas y con menos distancia en el pasado.

Tenemos asumido, en suma, que también alcanza a Alcalá el lema sentencioso que Le Corbusier y otros pioneros del Estilo Internacional asignaban a la ciudad ideal: un espacio urbano para habitar, circular, recrearse y trabajar (o almacenar, para ser más fieles a la realidad complutense). Y es preciso asumir igualmente que no hay que conformarse con el destino de impersonalidad y monotonía al que nos quiere arrastrar la geoestrategia comercial y económica de esta sociedad mundial globalizada.


Fachada de la vieja cárcel de La Galera (Vera Pérez Gutiérrez)

Hay mucho adelantado, al fin y al cabo, porque lo bueno de vivir en una ciudad decadente, siguiendo a Gala, es que ya sabe lo que significa aguantar, rescatar y reinventarse. Y ahora ni siquiera hace falta crear nada nuevo: con dejarse asesorar y con copiar con tino y buen gusto es más que suficiente. De modo que, ya que vamos a estar condenados a vivir almacenados, que sea en un estuche decoroso mejor que en una vulgar caja.