miércoles, 31 de mayo de 2017

La ciudad del teatro en un teatro de ciudad

En el otoño de 2012 el prestigioso hispanista John Elliot, una autoridad mundial en la España moderna, recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Alcalá. Desde la cátedra del Paraninfo de la Cisneriana, ataviado con el birrete y la toga de rigor, recordó en el inicio de su parlamento la carta de un viajero portugués a un amigo, en los tiempos de Carlos V, contándole las maravillas que había encontrado en la villa universitaria concebida por Cisneros. Y en esa misiva le hablaba justamente de aquel lugar, el Paraninfo, como una estancia magnífica para cobijar actos públicos "y para representar comedias".

El Paraninfo también sirvió de teatro en los primeros tiempos cisnerianos. Y así imaginó que pudo ser la estancia más noble de la Universidad Jenaro Pérez Villaamil en una de las románticas estampas que realizó para el libro 'España artística y monumental' (1842).
Comedias se representaban, desde luego. La filóloga clásica y profesora de la UAH, María del Val Gago Saldaña, rescató a comienzos de esta década, en un trabajo que cosechó importantes reconocimientos, algunos de los textos de las comedias humanísticas que allí ponían en escena a mediados del siglo XVI  los alumnos del catedrático de Retórica, Juan Pérez, también conocido como Petreius o Petreyo. Los textos, escritos por el propio catedrático a partir de obras clásicas, estaban en latín, algunos de los argumentos resultaban de lo más atrevidos y se trataba de algo así como un lúdico examen fin de curso para el disfrute de toda la comunidad universitaria, que también podían tener como escenarios los recoletos patios de los colegios menores.

Salta a la vista, pues, que la tradición teatral alcalaína viene de muy lejos. Y  por consiguiente, si existe una población en Madrid que merece ser sede de un festival  teatral, esa es Alcalá, por delante incluso de la capital. Y así lo es desde hace 17 años, con Clásicos en Alcalá, una muestra de teatro, danza, música, espectáculos de calle y pasatiempos infantiles, pero también exposiciones, sesiones de cine y hasta degustaciones gastronómicas, inspirados en autores, obras y estéticas del canon que se considera clásico.

La Comunidad de Madrid respaldó y dio carácter regional a esta iniciativa,  que nació con el siglo, siendo alcalde el socialista Manuel Peinado, y con la colaboración decisiva de la desaparecida Fundación Cultural Diario de Alcalá, hasta convertirse en el evento que pone el pórtico a los festivales de verano en nuestro país. Y desde primera hora la celebración contó con el latiguillo de “Alcalá, la ciudad del teatro”. Aunque en verdad la ciudad no conoce hasta qué punto, material incluso y no solo abstracto, se trata de un lema de lo más auténtico y no puro marketing cultural.

Porque lo de Petreyo que rescató la profesora Gago Saldaña y lo del viajero portugués que recordaba el venerable hispanista británico constituyen solo un hito en una historia que se remonta a muchos siglos atrás. Si se terminan de confirmar vía excavaciones lo que descubrió la joven arqueóloga Sandra Azcárraga a través de fotografías aéreas,  hace 2.000 años ya pudo existir un teatro en la meseta del Zulema, en cuyo subsuelo reposa el esqueleto de la Complutum primitiva [ver en este blog la entrada ¿Quién ayuda a desenterrar la Alcalá del Cerro del Viso?].

Las ruinas de Complutum suelen acoger visitas teatralizadas, como las que se muestran en la imagen (foto www.arqueodidat.es)
Y si allá arriba sobre el cerro los complutenses pioneros en aquella población republicana ruda y defensiva ya disfrutaron de tragedias y comedias, no es descabellado pensar que los descendientes que ‘bajaron’ un siglo después a refundar la urbe a la vera del Henares mantuvieran la afición. En aquella Complutum del llano, refinada y cosmopolita, con espaciosos edificios públicos y lujosas casas particulares en las que no faltaban mosaicos adornados con las más evocadoras leyendas mitológicas y frescos jardines en los que se paseaban pelícanos y otras aves del paraíso, es fácil imaginar más teatro.

Como tampoco cuesta imaginar que en la lonja de la colegiata de los Santos Justo y Pastor, luego iglesia magistral, pudieran disfrutarse de misterios y autos sacramentales. Especialmente cuando el vecino palacio-fortaleza de los arzobispos de Toledo era residencia habitual de los reyes para largas estancias de reposo; y en su honor se oficiaban en la villa toda clase de oficios religiosos, festejos y justas.

Y no hay que imaginar, porque es conocido de sobra y ha llegado hasta nuestros días, que el Corral de Comedias construido en 1601 por el carpintero Francisco Sánchez a base de ladrillo y vigas de álamos negros del Henares en un patio de vecinos de la plaza del Mercado, es memoria teatral viva, y no exclusivamente local. Primero acogiendo a los grandes, y a los pequeños, del Siglo de Oro; en el siglo XVIII, como coliseo neoclásico, comedias del viejo y el nuevo régimen, así como música de la época, con un recital frustrado de Farinelli, el castrato más famoso de la historia; y por último, ya en el siglo XIX como teatro romántico, folletines y dramones.

En 1888, levantado en el tiempo récord de 28 días, abrió sus puertas el Teatro Salón Cervantes, que junto al Corral, y a pesar de toda clase de tribulaciones, han permitido unir pasado y presente en cuestiones escénicas. Incluso durante algún tiempo, a comienzos del presente siglo, los dos viejos teatros compartieron actividad con hasta cuatro teatros más: los universitarios La Galera y Lope de Vega, éste último en la vieja iglesia del colegio de Caracciolos; la sala Margarita Xirgu del sindicato CC OO y la pequeña sala del Teatro del Mundo, la fugaz escuela de teatro clásico de la actriz Alicia Sánchez.

Quedan aparte los espacios escénicos al aire libre, en plazas y recintos cerrados, que han venido sirviendo sin pausa en los últimos treinta años para toda clase de representaciones. Y no todos ubicados en el centro histórico. De hecho, pendiente de 'estreno' está el aún desolado -y desolador- auditorio de la recién bautizada plaza del Viento en Espartales Norte, el barrio más joven y remoto.

No obstante, es sobre el espacio físico del TSC y el Corral  por donde continúa pasando gran parte del futuro del teatro en Alcalá en general. Y del festival de clásicos en particular. Incluso del festival Alcine, cuyas únicas salas de proyección en el centro de la ciudad son justamente los dos viejos teatros, que también en su larga vida han servido como cinematógrafos.

Actores que participaron en la presentación de Clásicos en Alcalá 17, con el director del festival, Carlos Aladro -primero por la derecha-, en un 'nuevo' espacio escénico de la ciudad: las naves de la vieja fábrica de Gal (foto Rubén Gámez)
El Gobierno regional ha decidido darle un impulso renovado a su inversión en Clásicos en Alcalá, dejando la dirección al cuidado del eficaz y experimentado Carlos Aladro -¿necesitaría Alcine, también de patronazgo autonómico, un empujón parecido, ahora que se acerca al medio siglo y sobrevive extrañamente como un festival de cine sin cines?. Y en la edición número 17 que arrancará el próximo 15 de junio el público disfrutará de más espectáculos de calle y de una cartelera que, tras un proceso de selección de funciones y compañías, tiene como hilo narrativo la sugerente idea del “Alma de mal”. Al fin y al cabo, festival es sinónimo de fiesta y de competición, respectivamente.

Ojalá el vecindario no trate con la indiferencia habitual el acontecimiento, al que por otra parte nunca le han faltado leales y entusiastas espectadores. Es verdad que no se crea público ni cultura de teatro de un día para otro. Pero asombra la paradoja de que, siendo este el entretenimiento público más antiguo, con muchísima diferencia, y de los más populares de cuantos se han gozado por estos pagos, parezca a estas alturas de siglo XXI casi un capricho de élites.

Quizá algún día –por algo este cuaderno digital se titula 'Complutopía'- volvamos a ver tragedias del mundo antiguo en los viejos teatros complutenses reconstruidos a partir de los fósiles que aún debe proteger la arcillosa madre tierra típica de por aquí. O alguna compañía se anime a representar las comedias “tan divertidas, tan frikis y tan alcalaínas” de Petreyo, como las describe la profesora Gago Saldaña; en el Paraninfo o en ese monumental auditorio de piedra y galerías soportaladas que es el patio de Santo Tomás de Villanueva de la Cisneriana.

En fin, es muy posible que no sea tan impactante como pegarle fuego a Cervantes en una falla valenciana. Pero seguro que sería muchísimo más genuino.

lunes, 8 de mayo de 2017

La 'batallita' del Zulema

Aventadas por completo las cenizas de Cervantes tras ser incinerado en una hoguera pública para cerrar los fastos de su cuarto aniversario en Alcalá sin asombro alguno entre el paisanaje local (¿qué pensarían los vecinos de Stratford-upon-Avon si a  los inquilinos de su town hall se le ocurriera meterle candela a un pelele con la efigie de su inmortal paisano Shakespeare?); nos adentramos en mayo, mes de conmemoraciones guerrilleras. Y en la larga historia de Alcalá no podía faltar un capítulo consagrado a la Guerra de la Independencia.

En 2013, con motivo del bicentenario de la batalla, se organizó una especie de recreación en pleno centro histórico. El incombustible Baldo Perdigón retrató el evento con su pericia habitual.
Durante los cinco años que duró la contienda, los franceses permanecieron en Alcalá de forma casi ininterrumpida. Aquí emplazaron el centro de operaciones desde donde las fuerzas del invasor ejecutaron sus rapiñas y saqueos por toda la comarca. La población se resistió a través de las guerrillas comandadas por cabecillas como ‘El Tuerto’ o don Diego, pero sobre todo por Juan Martín ‘El Empecinado', uno de los guerrilleros más famosos de la Guerra de la Independencia y emblema de la facción liberal.

La partida de El Empecinado hostigó a los franceses en nuestra comarca desde casi el inicio del conflicto bélico. Y su participación fue crucial en la liberación de la ciudad, por ser el protagonista de la citada batalla en el puente del Zulema.

Esteban Azaña, en su célebre Historia de la ciudad de Alcalá de Henares (Antigua Compluto) (1882), describió el episodio como una “batalla heroica, gloriosa y sangrienta” en la que la correlación de fuerzas era  de lo más desigual: mientras los ‘Empecinados’ eran poco más de un millar, sin caballería ni artillería, los franceses sumaban en torno dos mil quinientos efectivos, con caballería y una generosa dotación de cañones. De acuerdo con el relato de Azaña, los guerrilleros se situaron en los cerros que rodean el puente y allí aguantaron las descargas del fuego francés. Más tarde, en la lucha cuerpo a cuerpo, lograron rechazar a la tropa napoleónica, que se retiró del paraje tras varias horas de encarnizada pelea, quedando “el campo cubierto de cadáveres, de donde se recogieron más de doscientos heridos”.

José Martín 'El Empecinado', héroe y libertador de Alcalá.
Para empezar el equilibrio entre los bandos eran más ajustado que el ofrecido por Azaña: 1.500 infantes y 500 caballos de parte española y 1.200 infantes, 200 caballos y dos cañones del lado francés. Los guerrilleros de El Empecinado se situaron en los barrancos y cantiles del otro lado del Zulema, mientras que la columna de los franceses, procedente de la ciudad, abrió  fuego desde las orillas de río. Con las primeras luces del día comenzó el intercambio de disparos, que se prolongó durante varias horas.

Una fuerza de caballería española procedente de la zona de Ajalvir, alertada por el estruendo de los cañones, se aproximó hasta Alcalá, lo que obligó a los franceses a batirse en retirada hasta Torrejón. Como resultado del intercambio de disparos, el bando francés registró tres muertos, tres prisioneros y alrededor de 30 heridos; el bando español, por su parte, tuvo en su parte de bajas tres muertos, otros tantos prisioneros y una docena de heridos.

Sea como fuera, después de aquella batalla o ‘batallita' los franceses jamás volvieron a pisar la ciudad, que quedó definitivamente liberada del invasor, cuya huella, eso sí, quedó bien grabada.

El palacio arzobispal, por ejemplo, padeció de manera muy especial el paso napoleónico por estos lares. La vieja fortaleza medieval y posterior palacio renacentista de los poderosos Arzobispos de Toledo se convirtió en improvisado cuartel de los franceses durante la práctica totalidad del conflicto bélico. La primera aparición de los soldados de Bonaparte en el solar complutense se produjo a finales de junio de 1808. Una columna de 3.000 hombres entró en Alcalá y Guadalajara y requisó las armas a los civiles.

Dibujo del puente del Zulema en la segunda mitad del siglo XIX (extraída de www.patrimoniocomplutense.es).
En los días previos a la llegada de ‘la francesa’, nuestra ciudad era un “sepulcro”, según relata Azaña en su historia local. “Todas las personas acomodadas abandonaron la ciudad –narra Azaña-, la Universidad cierra sus puertas, muchos de cuyos estudiantes fueron a engrosar las filas de los guerrilleros, ciérranse los conventos de frailes y hasta las monjas, abandonado el claustro y algunas hasta mudando el hábito por el vestido seglar, huyen, quienes a refugiarse en los conventos de otros pueblos, quienes a esconderse en las casas de sus padres, habiendo comunidad que pasaron alguna noche escondidas en los montes cercanos, y otras refugiadas en los encerradores de ganado”.

Aunque las tropas francesas hicieron su entrada al comienzo del verano, no fue hasta el mes de diciembre de aquel mismo año cuando establecieron su ‘base de operaciones’ estable en las estancias y patios del arzobispal, no sin antes saquear y provocar algunos destrozos en la ciudad. Desde ese cuartel se coordinó la recaudación de víveres por toda la comarca, así como el control de los caminos, hostigados por los guerrilleros, mientras duró la invasión, que a este lado del Henares concluyó con el célebre episodio del Zulema.

Otra cosa es que la ciudad levantara cabeza, que no fue tal, iniciándose los prolegómenos de una de las épocas más decadentes y sombrías de su historia.