miércoles, 13 de junio de 2018

29 días y 130 años del Teatro Salón Cervantes

Tempus fugit es el lema de nueva edición del Festival Clásicos en Alcalá, que ha alcanzado una esplendorosa mayoría de edad casi sin darnos cuenta. Huye, escapa, vuela el tiempo, claro que sí. Y seguirá volando, como ha volado hasta hacer posible la feliz casualidad de que el Teatro Salón Cervantes, sede central del festival, cobije la función inaugural de la muestra, Mestiza de Yayo Cáceres, y celebre casi a la vez su 130 aniversario.

Fachada del Teatro Salón Cervantes, construida en los años 20 del pasado siglo. La original era de ladrillo, sin adornos (foto CVC Cervantes)

Y si seguimos hablando de un tiempo que vuela más que corre, aun podemos recordar que los relojes y las hojas de calendario quedaron pulverizados en la construcción del coqueto teatro de la calle Cervantes, en el presente propiedad del Ayuntamiento y uno de los principales centros culturales de Alcalá de Henares.

El 6 de mayo de 1888 se presentaron los planos del coliseo. Y cuatro semanas después estaba terminado, pues la obra concluyó en tan solo 29 días, según rezan las crónicas; unas prisas y un récord que mucho después le pasarían factura.

El Cervantes, eso sí, no es el teatro más antiguo de Alcalá; como es sabido, el decano, y uno de los teatros más antiguos de Europa, es el Corral de Comedias, que el carpintero Francisco Sánchez construyó en 1601. Precisamente el Corral, que en el siglo XIX ya no tenía aspecto de patio de comedias sino de teatro romántico a la moda, con palcos y planta elíptica, sirvió de inspiración para el diseño del nuevo teatro de la ciudad que promovió una “sociedad de condueños”, que no hay que confundir con la célebre Sociedad de Condueños que compró la manzana cisneriana en 1850. Estos condueños del teatro formaron una sociedad mercantil y adoptaron el mnismo nombre de los condueños universitarios por componer una cuadrilla que agrupaba a diversos promotores y potentados locales.

Félix Huerta y Huerta encabezó aquella sociedad que ya en 1885 hizo un primer intento por levantar el teatro en el solar conocido entonces como la Huerta de Capuchinos, por el convento cercano. La creencia popular, sin fundamento claro, de que en ese terreno estuvo la casa natal de Miguel Cervantes, de la que no quedaba más vestigio que una tapia, donde lucía desde 1846 una placa conmemorativa pagada por entusiasta cervantista local Mariano Gallo, frustó la iniciativa [hasta un siglo después no se descubrió que el escritor nació en una casa de la calle de la Imagen], con intervención incluso del Ayuntamiento, que soñaba con la idea de erigir en el lugar un museo o una biblioteca cervantina.

Placa que lució en la fachada del TSC hasta mediados del siglo XX, cuando se comprobó que la casa donde nació Cervantes estaba en la calle de la Imagen (foto MEC/IPHE).

Tres años más tarde, no obstante, sí se dio luz verde al proyecto y el teatro se levantó a toda prisa, con el compromiso de recolocar la lápida en su fachada. De hecho, tanto el teatro como la calle, conocida hasta entonces como calle de la Tahona, se terminaron llamando Cervantes por ese motivo.

Como es fácil de imaginar, a la velocidad con la que se ejecutaron las obras, el edificio resultante fue bastante pobre en factura y adornos. El interior era muy sencillo, con platea y palcos al estilo del patio de comedias. Del exterior no se preocuparon tanto: la portada quedó en bruto, de ladrillo y enfoscado, al igual que el resto de paramentos. Apenas se conservan ilustraciones y fotografías de aquel primitivo TSC; tan solo algunas instantáneas de principios de siglo en las que se puede apreciar la bastedad de la fachada y el extravagante interior, con una decoración que recordaba, según algunos cronistas complutenses, a un "chalé tirolés".

El teatro marchó bien en sus primeras temporadas, acogiendo obras de teatro y funcionando también como salón de baile. Pero con la entrada del siglo XX comenzó a arrastrar problemas de rentabilidad. En 1924 se emprendió una larga restauración, que incluyó la construcción de la característica fachada-telón que aún luce en la actualidad y una profunda renovación de la decoración interior con aires modernistas. Fue en ese remozamiento cuando el coliseo adoptó definitivamente la traza cuadrada e incorporó los dos niveles de palcos y el escenario a la italiana.

Por entonces, más que para representaciones de teatro, el Cervantes se empleaba para acoger bailes y actos sociales de todo pelaje. Y así siguió siendo a lo largo de las décadas que continuaron, añadiéndose las proyecciones de cine, uso que todavía mantiene el teatro. De hecho, es la única sala de cine que queda en el centro histórico. Y a esa tristeza se une la paradoja -o parajoda en toda regla- de que es la sede principal de ALCINE, que también usa el Corral de Comedias para los mismos menesteres. O sea, un festival de cine sin cines donde exhibirse y viejos teatros teniendo que venir al rescate del moderno cinematógrafo... Extravagancias veredes.

En los años 70 el TSC se transformó en un bingo y a finales de los 80 el Ayuntamiento se hizo cargo del edificio, que sufría un avanzado estado de deterioro. Tras una rehabilitación a fondo, el 14 de abril de 1989 el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, reinauguró el teatro como lo que fue en sus orígenes, un teatro.

La última reforma realizada en el TSC tuvo lugar entre 2003 y 2004, cuando la estructura de madera original empezó a ceder peligrosamente, carcomida por las termitas (culturalcala.es).

Hasta que en el verano de 2003 se manifestó la herencia envenenada de aquellos 29 días de lejana construcción récord: unas grietas pavorosas aparecieron en algunos parcos cercanos al proscenio. Al parecer, la cimentación del patio de butacas aún era la original, con pilares de madera, que había alimentado a cientos de generaciones de termitas hasta que se quedaron sin pitanza. Y el edificio, en consecuencia, sin sustentación.

Un año tardó en reabrir el teatro, ocasionando un gran trastorno a la programación cultural del Ayuntamiento, que se preparaba para conmemorar el ‘Año Quijote’ de 2005. La vieja iglesia del antiguo Colegio Convento de San José Caracciolos, en la calle Trinidad, fue utilizada como la sala alternativa, bautizándose como Teatro Universitario Lope de Vega. Pero las estrecheces, las entradas de luz y la mala acústica de la alta nave del antiguo templo, forradas sus paredes con maderas y telones negros, se convirtieron en un suplicio para el público y un baldón para los actos y espectáculos que allí se albergaron.

Por suerte, la reforma del viejo TSC fue aprovechada no solo para renovar los pilares del coliseo, sino también para sanear y modernizar sus instalaciones, dejando su aforo en las 458 localidades actuales. Todo lo necesario, en fin, para llegar puntual y volandero a esta edición de Clásicos, 29 días y 130 años después.