viernes, 26 de octubre de 2018

Aquellos camaradas de Ulises que acabaron su odisea a la vera del Henares

En lo más hondo del Mar Negro, a kilómetro y medio de profundidad y frente a las costas de Bulgaria, se ha descubierto una nave de la antigua Grecia prácticamente intacta. Acostada sobre un lecho de arena lleva durmiendo desde su naufragio hace más de 2.400 años esta verdadera maravilla del mundo clásico, cuyo insólito estado de conservación permitirá a los arqueólogos conocer mucho mejor la construcción naval, el arte de navegación y los conocimientos científicos de aquellos aventureros griegos.

Ulises atado a un mástil para no dejarse llevar por los cantos de las sirenas, en un precioso jarrón que se conserva en el Museo Británico.

Porque hasta ahora este tipo de naves solo eran conocidas por los hallazgos de algunos fragmentos y sobre todo por sus representaciones en murales, mosaicos, cerámicas o relatos como los de la Iliada de Homero, con sus constantes alusiones a las negras naves de los aqueos frente a la costa de Troya. Precisamente la nave que aparece en un hermoso jarrón que muestra a Ulises, uno de los héroes más ilustres de aquella historia, atado al mástil para no dejarse arrastrar por las terribles sirenas, y que se conserva en el British Museum, es muy similar a la encontrada ahora en el fondo del Mar Negro.

Aspecto del barco hallado en el fondo del mar Negro, el más antiguo conservado en el mundo, según los arqueólogos.

Y hablando de naves, de la guerra de Troya y del retorno de Ulises a Ítaca tras la destrucción de la mítica ciudad, como hicieron otros muchos guerreros de vuelta a sus reinos o en busca de nuevos territorios; viene a la memoria otra odisea que acabó a orillas del Henares.

Porque, de las muchas historias que circulan sobre los orígenes de Alcalá de Henares, la más bizarra y legendaria es, sin duda, aquella que atribuye su primera fundación a un grupo de combatientes de la guerra de Troya que, en su largo retorno, acabaron en este rincón de la meseta ibérica.

La leyenda en cuestión guarda muchos parecidos, que no parecen casuales, con la Eneida de Virgilio y su mítica versión de la fundación de Roma. En nuestro caso, Eneas es Tehuero, un caudillo que también decidió huir de la destrucción de Troya y buscar fortuna con sus huestes por mar. Sus naves deberían ser parecidas a la hallada ahora en el Mar Negro, aunque algunos siglos más antiguas.

Aquellas naves llegaron hasta las costas del actual Levante español, en el otro confín del Mediterráneo, y Tehuero y sus hoplitas optaron por explorar tierra adentro en busca de un lugar donde asentarse. La expedición fue larga y esforzada hasta llegar a los parajes de la actual Alcalá, donde la tierra fértil y el agua abundante animaron a los expedicionarios a quedarse.

Construyeron así una pequeña ciudad en el Cerro del Viso que llamaron Combouto o también Kompos-Pluto y que se ha solido identificar como la mítica Iplacea que, según parece, mencionaron algunos historiadores de la antigüedad.

De esta ciudad legendaria no se han encontrado huellas y es otro de los mágicos misterios que encierra ese paraje al sur de Alcalá, junto a la escondida mesa del rey Salomón, el errante muro Muzaraque o los gigantones ocultos en las arcillosas cuevas. Sí se sabe de Ikesancom Kombouto, nombre de un castro celtíbero de las faldas del Zulema, que es la Alcalá más primitiva que se conoce; antecedente de la primera Complutum romana fundada hace 2.000 años en El Viso, que comenzó a excavarse al fin en el verano de 2017.

El famoso mosaico de los peces que preside la Casa de Hippolytus.

Y hasta aquí la leyenda. Pero la verdad histórica no es menos sugerente. ¿O acaso no resulta fascinante que en el corazón de la península una casa romana luciera en una de sus estancias principales un estampa marina como la del mosaico de los peces de la Casa de Hippolytus de la Complutum de la vega del río? Aquellos complutenses de hace 1.700 años debieron sentir un estremecimiento al asomarse a aquella ventana al fondo marino repleta de pulpos, langostas, delfines, anguilas o erizos; animales fabulosos que jamás llegarían a conocer. Lo mismo que el mar.

Por no hablar del embrujo lujurioso que les turbaría al contemplar los mosaicos que recreaban los mitos de una voluptuosa Leda seducida por Zeus convertido en cisne, del que engendró a los gemelos Cástor y Pólux; o con los excesos de Baco, abandonado a todos los placeres, empezando por los que proporciona el vino. Y lo que aún queda por descubrir bajo la tierra en El Juncal, o en la meseta del Viso.

Este refinamiento social fue una consecuencia más de la Civitas y del inmenso patrimonio de la cultura grecolatina que los romanos trasladaron hasta este lado del Henares, señalándolo en el camino de la historia, para fortuna de sus vecinos y sus descendientes, que aún disfrutamos.

Lástima que este hilo invisible y fantástico que une la orilla de nuestro río con el majestuoso navío que duerme en las aguas más oscuras del Mar Negro también corra el riesgo de romperse con el progresivo arrinconamiento del latín, el griego y la cultura clásica en la enseñanza obligatoria. Ni el ingenioso y sufrido Ulises ni sus camaradas de la legendaria Iplacea se merecen tanto olvido y tanta ignorancia.

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