jueves, 28 de marzo de 2019

Qué viejo era mi parque

Hará seis años algunos de los pinos más altos, retorcidos y añosos del vetusto parque O'Donnell tuvieron que ser talados. Los técnicos del ayuntamiento recomendaron el apeo por el riesgo de que alguno de ellos se viniera abajo, vencido por el peso de las copas, la inclinación imposible de sus troncos y un terreno reblandecido en exceso para regar las praderas de césped, ese costoso capricho a la salud -se supone- de las raíces irlandesas del general que da nombre al parque. Fue una mutilación traumática.


Aspecto del macizo de piedras y arbustos que aloja el estanque del parque (foto del Ayuntamiento de Alcalá)

Durante varias generaciones estos gigantes verdes dieron la bienvenida a paisanos y visitantes en su entrada al centro de la ciudad, asomados a la riada de tráfico de la Vía Complutense. Y en cuestión de pocas horas, la alta y armoniosa masa verde desapareció, dejando un doloroso vacío sobre el que flotó durante días un penetrante y fantasmal olor a resina y madera recién cortada que hubiera enloquecido de dolor al más duro de los Ents, aquellos monstruosos pastores de árboles que inventó Tolkien para su bestiario de El señor de los anillos.

Algo hubo en aquella tala que barruntaba el advenimiento de una encrucijada, de un momento crucial para el parque, el viejo parque con exótico nombre de espadón decimonónico que ha conocido tres siglos distintos. ¿El principio del fin o el fin del principio? Aún esperamos la respuesta.

Apenas un par de años antes de esa tala, en las elecciones de 2011, el PP presentó un proyecto de reforma de la histórica zona verde que incluía, como novedades más llamativas, la creación de un pequeño lago y el cerramiento de todo el perímetro.

Nunca más se supo de aquel proyecto; el parque volvió a sus rutinas, alternando el mantenimiento de costumbre y los estragos de las vandaladas periódicas. El cenagoso estanque -qué lejos quedan los patos que también dieron sobrenombre al parque- estuvo clausurado para evitarle a algún curioso el riesgo de romperse la crisma tropezando con algunos de sus  mellados escalones. También cerraron por una temporada el cercano recinto infantil, un espacio sombrío y desangelado que los críos se han empeñado en mantener vivo.


La rosaleda en el extremo norte es una de las zonas más delicadas y expuestas del parque (foto del Ayuntamiento de Alcalá)

De allí se eliminó el puente adornado con rocas que también abrazan al estanque y que son inconfundibles en una de las fotos más entrañables que rescató Ángel Pérez López para su obra gráfica Alcalá en la II República. Fechada en febrero de 1931, en ella se ve al grupo de chavales del cuadro teatral de la Mutual Complutense escalonados por el roquedo, contentos y confiados; ajenos por completo a la tempestad bélica que pocos años después se desataría y que convertiría ese lugar en una improvisada base de tanques y vehículos blindados, aprovechando la protección de la arboleda contra los ataques aéreos de la aviación franquista.

Son solo un par de las innumerables historias que guarda el parque, construido en los últimos años del siglo XIX sobre la fresca huerta que flanqueaba el camino a la sierra y a Burgos y regalaba la vista de las monjas bernardas durante sus ratos de recreo en el mirador con celosía del vecino convento. Dejamos para otra día la costalada que acabó con la vida del rey Juan I de Castilla haciendo filigranas con su caballo; o los espectros que debieron quedar amarrados por el uso de la picota en ese paraje en tiempos de la villa medieval.

Muchas de esas historias han sido rescatadas por el colectivo Complutenses por el Parque O'Donnell, un grupo nacido hace un lustro en torno a Facebook para denunciar el deterioro que sufre, vigilar que no se produzcan más agresiones y proponer mejoras. A la presión de este grupo, y de no pocos particulares, le cabe en buena parte que se concluyera la rehabilitación del estanque y el área infantil, así como el impulso de otros arreglos e iniciativas de dinamización social y cultural.

También ha tomado parte el grupo en un reciente debate abierto a partir de una abracadabrante iniciativa impulsada por el Gobierno municipal: someter a consulta vecinal el vallado del parque. 261 paisanos decidieron que no había que cerrarlo en una encuesta en la que intervinieron 497 personas. Y por supuesto el Ejecutivo local ha decidido asumir este peculiar 'mandato vecinal', en una ciudad con más de 200.000 almas residentes, y ha descartado el vallado.


Proyecto de vallado del parque que propuso el Ayuntamiento.

Uno también alberga dudas de que cerrar el parque sea la mejor idea para asegurar su conservación y su reimpulso. Pero no tiene ninguna de que el futuro del recinto verde con más solera de la ciudad no debe ventilarse con un referéndum u otro pasatiempo de aparente participación vecinal, sino con criterios técnicos, estéticos e históricos solventes y rigurosos.

El Ayuntamiento cuenta con técnicos y jardineros experimentados, además del privilegio de tener a mano los conocimientos del personal académico e investigador de la Universidad que, además, tutela un jardín botánico en el campus externo pionero en España. Por no hablar de los cientos de parques históricos en España y el mundo de los que poder fusilar ideas y soluciones sin remilgos.

Ahora, con la campaña electoral a la vuelta de la esquina, seguro que sobrarán propuestas para el viejo O'Donnell. Pero ojalá no falte lo de siempre: consenso, ambición y mirada larga. Porque parche a parche, solo se logrará que un lustro de estos suspiremos recordando lo viejo y encantador que era nuestro parque.


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