jueves, 24 de noviembre de 2016

Un atlante viene a verte

He oído decir alguna vez que el otoño es la mejor época del año para contemplar la fachada de la Cisneriana, la joya mayor del tesoro de la historia y el arte complutenses. La luz suave y dorada de la estación, cuentan, resulta ideal para apreciar la combinación de figuras y relieves de este imponente pórtico renacentista, fabricado en piedras de la alcarreña Tamajón y de canteras de la sierra madrileña. Por desgracia, habrá que esperar al otoño que viene para disfrutar de este espectáculo singular, pues hace algunas semanas se echó un telón, con trampantojo incluido, sobre el magnífico lienzo para someterlo a una necesaria restauración.

La bella Andrómeda, rodeada de andamios.

Para compensar, la Universidad ha tenido la feliz idea de organizar visitas guiadas y gratuitas a la obra de restauración, previa inscripción previa, lo que permite ver de cerca los detalles escultóricos de todo el retablo. Y ciertamente la experiencia merece la pena, por más que una mampara de metacrilato y una telaraña de andamios impidan admirar de cerca y con mayor precisión, la impresionante colección de esculturas, de adornos y de inscripciones que adornan el conjunto.  Pero al fin y al cabo se está en una obra y la seguridad manda. Y si no, que pruebe el visitante, una vez encaramado allá arriba, a darse la vuelta y a echar un vistazo a la plaza de San Diego, veinte metros más abajo: el vértigo le subirá el corazón al gañote.

Todo llama la atención durante el recorrido, y las sorpresas abruman. Más que nada, la minuciosidad con la que están trabajadas todas las tallas y la leve inclinación que se advierte en ellas, un recurso necesario para que todos los matices y volúmenes de las figuras se puedan ver sin dificultad desde abajo. O más bien leer. No hay que olvidar que el diseño de esta portada obedece a un refinado guión para ensalzar los valores de la sabiduría, del perfeccionamiento personal, de la fe y del sometimiento a los poderes terrenales y divinos, a través de la combinación de símbolos bíblicos y del mundo clásico. Y esa lectura, en fin, hay que hacerla como pobres mortales desde el muy terrenal suelo.

En esta visita, en cambio, se pierde la visión general y nos ponemos al nivel de las figuras. Pero estas siguen imponiendo. Como esos ágiles alabarderos que custodian la ventana central, la entrada de luz a la propiedad más preciada del colegio, su biblioteca, que en los mejores tiempos llegó a juntar más de 20.000 volúmenes. O los gráciles Perseo y Andrómeda (o Minerva guerrera y pacífica, según otras interpretaciones) allá en lo alto, con sus largos cabellos y sus delicados rostros clásicos, más la espeluznante cabeza de la medusa en manos del primero.

El atlante, soportando con esfuerzo la columna del conocimiento.

Aunque la debilidad de uno son los atlantes, esos pívots barbudos que sujetan las columnas como iconos del esfuerzo que exige alcanzar y sostener el conocimiento. La mugre, el verdín y las rozaduras de algunas de esas pancartas anunciadoras de exposiciones y eventos con las que la Universidad tiene el mal gusto de afear la fachada de vez en cuando, siempre se ceban con estos dos gigantes. Y apreciándolos de cerca se entiende hasta qué punto la suciedad y el descuido desvirtúan su belleza. Así, la cara de crispado asombro que se les parecía advertir desde abajo, deja paso, una vez lavada con agua atomizada, a una faz serena y noble, rematando un escorzo atlético del resto del cuerpo, como corresponde al canon renacentista del movimiento en potencia. El semblante más apropiado, sin duda, para ver pasar la vida y los siglos a sus pies; esperando el día de hoy en que, en realidad, son ellos los que vienen a vernos de cerca, con curiosidad e indulgencia, mientras les hacemos fotos imposibles entre los andamios, en lugar de aprovechar para contemplar con nuestros propios ojos su venerable majestad.

En un par de décadas se empezarán a cumplir los cinco siglos del inicio de las obras de la fachada. Quizá entonces sea ocasión de volver a ver y a saber de cerca de este monumento universal. Y donde no lleguen los estudios humanísticos, que a saber por dónde andarán en ese tiempo, sí se supone que alcanzará la tecnología para observar, descubrir y maravillarse con esta obra inmortal.

Pero hasta que llegue ese momento todavía quedan varias semanas por delante para seguir acudiendo a estas visitas de obra, protegidas por ese telón que, finalmente, no ha deslucido como se temía estos meses de efemérides, merced a esas paradojas que solo son posibles en el solar complutense. Porque el Año Cisneros, que se festeja en 2017, aún no ha arrancado pero ya se ha enterrado al cardenal de nuevo en la Magistral; y el Año Cervantes, que es este 2016, ya está acabando pero en verdad aún parece no haber empezado.

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