miércoles, 19 de febrero de 2020

La puerta secreta a la Edad Media

Arrinconado entre el legendario Complutum hispanorromano y los fulgores de la civitas renacentista y barroca, languidece el Alcalá medieval. Y no será por falta de historia e historias en el millar de años que van desde la aparición del poblado que se abrazó al Martyrium de Justo y Pastor hasta la villa gobernada por los poderosos arzobispos de Toledo, anfitriones a su vez de los reyes de Castilla, con privilegio de "Cuarto real" en el palacio. De hecho, la ciudad que hoy conocemos se forjó en aquel largo espacio de tiempo; en su traza, marcada entonces por las barriadas de las tres comunidades que a duras penas convivían, y hasta en su nombre, derivado del castillo musulmán asomado al río desde los cerros. Y pese a todo, su presencia pasa desapercibida. Como suele ocurrir en Alcalá con el pasado, escaso de monumentalidad pero prolífico en narrativa, hay que salir al encuentro de sus huellas. Y en este caso, nos topamos con una puerta, la única que se conserva de la muralla medieval y que, con más pena y ruinas que gloria, se mantiene en pie a tiro de piedra del Campo Laudable, en pleno corazón de la ciudad. A vista de todos pero del todo casi invisible. Muy alcalaíno también.


Aspecto que presenta en la actualidad la Puerta de Burgos.

La conocida como Puerta de Burgos es, probablemente, la construcción más antigua que existe en el centro de Alcalá, con cerca de 800 años haciendo sombra. Una torre cuadrada la esconde del río de coches y del trasiego de paisanos que transitan por la Vía Complutense y el vecino parque O'Donnell. Pero nada más cruzar la verja que da al jardín de la sede de Cáritas y las espaldas del Arzobispal, girando la vista a la izquierda, está la puerta, con su arco apuntado de ladrillo, sus masas de mampostería, sus franjas de tapial y un grueso contrafuerte de hormigón que la sostiene.

Se le dio tal nombre porque se abría al norte, al camino de Talamanca, vía de comunicación con Segovia y Burgos. Se edificó por primera vez a comienzos del siglo XIII, cuando el arzobispo Ximénez de Rada llevó a cabo el amurallamiento de toda la villa, a partir de la fortaleza que luego se convirtió en el suntuoso y malogrado palacio al que el Museo Arqueológico dedica una espléndida exposición en estos momentos.


Vista de Alcalá pintada por Anton van Wyngaerde en 1565. A la izquierda se puede reconocer el torreón de la Puerta de Burgos.

Posteriormente, a finales del siglo XIV, se reedificó como el torreón-puerta que ha llegado hasta nuestros días, y en el siglo XV se adosó el arco apuntado para fortalecer y ampliar la zona cubierta de la puerta. Otras mejoras en el siglo siguiente permitieron que se habilitara una estancia en el piso superior que todavía existe. Y durante casi tres siglos, los alcalaínos y visitantes usaron esta puerta cuyas grandes hojas de madera se cerraban por las noches.

A principios del siglo XVII, el cardenal Sandoval y Rojas mandó construir el monasterio de San Bernardo y la puerta quedó encerrada dentro de su recinto, en concreto junto a la huerta. El acceso norte se desplazó unos metros, abriéndose una puerta más pequeña, el arco de San Bernardo que conocemos y usamos en el presente.

De los muchos acontecimientos de los que ha sido testigo la vieja puerta quizá el más conocido por su difusión en las guías turísticas es la muerte de uno de esos reyes castellanos que desde Fernando III el Santo se aprovecharon de la hospitalidad de los arzobispos alojándose en el palacio-fortaleza. Fue, en concreto, Juan I, que en la mañana del 9 de octubre e 1390 salió a caballo por la puerta junto a una comitiva de caballeros para participar en una demostración ecuestre y un mal paso de la montura provocó que cayera violentamente al suelo, perdiendo la vida en el acto.

Mucho más cercano en el tiempo, en las Navidades de 2005, se volvió a saber de la puerta, desgraciadamente, tras sufrir un derrumbamiento. El arco interior se desmoronó y estuvo a punto de echar abajo medio torreón. Tras un apuntalamiento de urgencia, cuatro años después la Diócesis de Alcalá acometió unas laboriosas tareas de reconstrucción, cuyos detalles aún se pueden consultar en un cartelón desteñido por el sol y el óxido.

Una valla metálica impide acercarse a la puerta, que tras aquellas obras de recuperación desarrolladas entre 2009 y 2010 dejaron pendiente un estudio arqueológico más detallado. Por ejemplo, falta saber qué uso fiscal pudo tener, aparte del defensivo; o qué relación mantuvo con el barrio morisco que existía en el lugar antes de que fuera demolido para levantar encima el convento. A éste, no obstante, le debe la puerta que haya llegado hasta nuestros días, protegida de usos, descuidos y piquetas. Aunque el precio que haya tenido que pagar este modesto fósil arquitectónico es el desconocimiento general.


Detalle del arco por el que se accede a la puerta.

En su momento, tras las citadas reparaciones de hace una década, desde el Ayuntamiento se especuló incluso con la idea de desarrollar un proyecto museístico en el torreón, usando la sala superior, e integrar el conjunto en el circuito turístico de la ciudad. Pero a la vista está que no ha habido muchos avances.

La Puerta de Burgos, en fin, puede llegar a ser la mejor entrada, material y figurada, para conocer como es debido el fascinante Alcalá medieval, más allá del interés de los especialistas. En el entretanto, casi lo mejor que puede pasarle es que siga siendo secreta.


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