martes, 2 de julio de 2019

Teatro para románticos y sementales

Alcalá de Henares lleva el teatro en las piedras. Suena a eslogan pedante pero es una verdad verdadera a prueba de maltratos institucionales e indiferencia vecinal. El festival Clásicos en Alcalá, que ha llegado milagrosamente a su edición número 19, da el más fiel y estimulante testimonio de ello.


Detalle del vestuario y la escenografía de 'El sueño de una noche de verano' en la versión escrita por Eduardo Mendoza y dirigida por Miguel Narros, que pudo verse en El Picadero de Sementales en el festival Clásicos en Alcalá de 2003 (Foto: Producciones D'Odorico)

Entre el sinfín de virtudes que cabe atribuir a un acontecimiento como la muestra alcalaína, una de las más placenteras es su capacidad para improvisar teatros en muchos rincones señeros de la ciudad. Algunos forman parte de espacios conocidos y transitados. Otros, por el contrario, son ignorados por la mayoría, de tal suerte que la presencia de los espectáculos del festival permite descubrirlos y darles el reconocimiento que se merecen.

Algo así sucede en esta edición de Clásicos con el patio que conecta la plaza de Cervantes y el patio de Filósofos de la Cisneriana, uno más de esos recodos del corazón de la ciudad por los que casi cualquier día del año se puede pasar y detenerse pero que ahora cobra un encanto espacial transfigurado en alojamiento escénico.

"Plaza de Cervantes 10", la denominación funcional pero no demasiado sugerente con la que figura en los programas de mano, ha entrado a formar parte, por tanto, del mapa de escenarios insólitos que viene levantando el festival casi desde sus inicios, aprovechando patios, plazas y decorados de auténtico ladrillo barroco. Bien es verdad que ha habido ediciones mucho más arriesgadas en este terreno. E incluso a comienzos de esta década se convocó una especie de concurso abierto a estudiantes de arquitectura, escenografía y dramaturgia para transformar claustros, estancias y edificios del Alcalá antiguo en teatros de urgencia. Pero no debió prosperar porque públicamente al menos no se dio cuenta de los resultados.

En esta edición se ha decidido ir a lo seguro. Acaso por las premuras de tiempo tras la llegada del tándem formado por Ernesto Arias y Darío Facal a la dirección del festival apenas unas semanas antes de levantar los telones. Porque ya están más que asumidas la inconstancia y la discontinuidad en la organización de este evento a lo largo del año, aunque acumule casi dos décadas de trayectoria y  en el empeño vaya una cuantiosa inversión de dinero público de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento. También -o sobre todo- en esto, como en tantas otras materias de la cosa pública complutense, no se estila el criterio, la planificación y el consenso a largo plazo.

A pesar de todos los pesares, se cuenta ya con un buen puñado de experiencias, algunas espectaculares, otras fallidas y unas pocas tan atractivas como tremendamente osadas. A este último grupo pertenecen las aventuras que se perpetraron en el viejo cuartel de Caballería y depósito de Sementales y en el recoleto jardín interior de la Facultad de Económicas.


El Picadero y El Abrevadero, a comienzos de los años 80, mucho antes de uso como espacios escénicos. Arriba, durante la celebración del Día de Santiago (Foto: Ministerio de Defensa)

El destartalado caserón de la calle Empecinado, fruto de la desfiguración del primitivo Convento de Mercedarios Descalzos de la segunda mitad del siglo XVII para transformarlo en un recinto más de la ciudad cuartel que emergió en el siglo XIX, se convirtió en 2003 en una de las sedes más disparatadas de la historia del festival, bajo la dirección aquel año de María Ruiz.

Cierto es que el conjunto de naves, estancias y patios que se apelotonan en el complejo venían acogiendo desde hacía años, además de almacenes y oficinas municipales -las de la liquidada Fundación Colegio del Rey y el Centro Asesor de la Mujer-, ensayos de teatro y música, además de rodajes de películas y series de televisión. Pero convertirlo casi de un día para otro en un auditorio cómodo y seguro resultó ser un salto demasiado grande.

En aquel mes de junio que tuvo de marco un cambio de gobierno en el Ayuntamiento -el retorno de Bartolomé González y el PP al Gobierno municipal y la consecuente salida del alcalde Peinado y la coalición de izquierdas del PSOE e IU-, Sementales fue uno de los enclaves estrella con dos espacios diferenciados pero igual de 'gamberros' en el equívoco juego de palabras con las añejas denominaciones del lugar dedicado a la cría caballar.

Se dispuso, así, de El Abrevadero, ubicado en el patio donde los animales hacían las aguadas, para las noches golfas de conciertos, alterne y copas del festival. Y para las funciones de teatro se estrenó El Picadero, la sala de adiestramiento de las monturas emplazada en la vieja iglesia conventual.

El experimento underground en este último espacio, no obstante, pudo acabar de manera trágica, pues la espaciosa pero claustrofóbica caja de la vetusta capilla estaba muy lejos de ser un antro apto para acoger espectáculos. Se programaron en ella, sin embargo, dos de los 'platos fuertes' del festival: París 1940  del gran Flotats y El sueño de una noche de verano, en la suntuosa producción de Andrea D'Odorico con la versión de Eduardo Mendoza, la dirección de Miguel Narros y un cuidado reparto encabezado por Verónica Forqué. Y los llenazos devinieron en un infeliz suplicio para actores y público, por el calor insoportable, la pésima acústica y el incómodo acceso a la platea de aquel primitivo templo reconvertido en picadero que había acabado en ratonera humana.

Entonces se dio por bien empleado el sacrificio, o más exactamente la temeridad, porque existía un vago acuerdo institucional en rehabilitar el el ajado cuartel para hacer de él un gran centro cultural. El Ejecutivo local recién constituido anunció incluso la organización de un concurso de ideas para acondicionar el recinto y se calculó en 15 millones de euros la inversión necesaria para destinarlo a auditorio y salas de exposiciones y eventos.

El elenco del 'Paseo romántico': Ginés García Millán, Blanca Portillo, Marcial Álvarez e Israel Elejade (Foto: Teatro Español)

Pero el tiempo fue pasando y aunque en 2007 la Comunidad de Madrid tomó como suyo el proyecto y prometió, al calor de una nueva cita electoral, rehabilitar el complejo para hacer de él en una 'factoría' de jóvenes artistas, nunca más se supo del que debía ser gran vértice sur del triángulo de ocio cultural junto a los Cuarteles del Príncipe y Lepanto y la Huerta del Obispo. Con actuaciones de urgencia para que la ruina no se note demasiado e intermitentes peticiones de uso, como la del colectivo Alcalá es Música para ensayos y conciertos, la mole de Empecinado sigue en pie, que no es poco, dadas las circunstancias.

Más exquisito pero igual de decepcionante a la postre fue el uso del Jardín de Jovellanos, en el interior de Económicas, para subir el telón de la edición de Clásicos de 2006. Ubicado entre la parte noble de la facultad, correspondiente al antiguo Convento de Mínimos, y el mamotreto moderno, este rincón es uno de los mejores ejemplos de los jardines secretos que esconde el centro de Alcalá. En 1995 se inauguró, merced a la colaboración de la familia Huerta, a la que pertenecía la finca, pero hasta una tormentosa noche de junio de once años después, cuando acogió el estreno absoluto de Paseo romántico, una antología de algunos de los mejores textos de las mejores plumas románticas de nuestra literatura teatralizada por Laila Ripoll, no trascendió al gran público la hermosura del sitio.

Y sin una silla libre entre las repartidas por los senderos del jardín bautizado con el nombre del célebre ilustrado que fue estudiante de la Complutense primera, el soberbio cuarteto formado por Blanca Portillo, José Coronado, Israel Elejalde y Marcial Álvarez se afanó en declamar con donosura desde los atriles repartidos entre los arbustos y con la música de fondo de los truenos y los candelazos de los relámpagos colándose por la arboleda. A la media hora escasa esta inesperada escenografía de tempestad romántica se hizo insoportable y hubo que suspender con actores y espectadores a la carrera bajo la lluvia y el viento desatados.

Aspecto del Jardín de Jovellanos (Archivo de la UAH)

Pudieron completarse, por suerte, tres funciones más de la lectura dramatizada en las siguientes jornadas. Incluso la obra regresó a la ciudad cuatro temporadas después, con Ginés García Millán sustituyendo a Coronado, pero en esta ocasión se representó bajo la confortable cubierta del Corral de Comedias. El jardín volvió a su secreto. Y hasta hoy.

Pero ahí quedaron las propuestas, que aunque solo sirvan para ser recordadas y puedan inspirar para  buscar otras en el futuro, ya habrán merecido la pena. Porque si algo sobra en el barrio viejo de Alcalá son rincones evocadores.

Y con esto, con un pasado entre sementales y románticos y con una larga vida de Clásicos por delante, más la complicidad del público, cuanto más entusiasta y numeroso mejor, habrá mucho teatro que disfrutar entre piedra y piedra. Y entre sueño y sueño.

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