martes, 2 de julio de 2019

Teatro para románticos y sementales

Alcalá de Henares lleva el teatro en las piedras. Suena a eslogan pedante pero es una verdad verdadera a prueba de maltratos institucionales e indiferencia vecinal. El festival Clásicos en Alcalá, que ha llegado milagrosamente a su edición número 19, da el más fiel y estimulante testimonio de ello.


Detalle del vestuario y la escenografía de 'El sueño de una noche de verano' en la versión escrita por Eduardo Mendoza y dirigida por Miguel Narros, que pudo verse en El Picadero de Sementales en el festival Clásicos en Alcalá de 2003 (Foto: Producciones D'Odorico)

Entre el sinfín de virtudes que cabe atribuir a un acontecimiento como la muestra alcalaína, una de las más placenteras es su capacidad para improvisar teatros en muchos rincones señeros de la ciudad. Algunos forman parte de espacios conocidos y transitados. Otros, por el contrario, son ignorados por la mayoría, de tal suerte que la presencia de los espectáculos del festival permite descubrirlos y darles el reconocimiento que se merecen.

Algo así sucede en esta edición de Clásicos con el patio que conecta la plaza de Cervantes y el patio de Filósofos de la Cisneriana, uno más de esos recodos del corazón de la ciudad por los que casi cualquier día del año se puede pasar y detenerse pero que ahora cobra un encanto espacial transfigurado en alojamiento escénico.

"Plaza de Cervantes 10", la denominación funcional pero no demasiado sugerente con la que figura en los programas de mano, ha entrado a formar parte, por tanto, del mapa de escenarios insólitos que viene levantando el festival casi desde sus inicios, aprovechando patios, plazas y decorados de auténtico ladrillo barroco. Bien es verdad que ha habido ediciones mucho más arriesgadas en este terreno. E incluso a comienzos de esta década se convocó una especie de concurso abierto a estudiantes de arquitectura, escenografía y dramaturgia para transformar claustros, estancias y edificios del Alcalá antiguo en teatros de urgencia. Pero no debió prosperar porque públicamente al menos no se dio cuenta de los resultados.

En esta edición se ha decidido ir a lo seguro. Acaso por las premuras de tiempo tras la llegada del tándem formado por Ernesto Arias y Darío Facal a la dirección del festival apenas unas semanas antes de levantar los telones. Porque ya están más que asumidas la inconstancia y la discontinuidad en la organización de este evento a lo largo del año, aunque acumule casi dos décadas de trayectoria y  en el empeño vaya una cuantiosa inversión de dinero público de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento. También -o sobre todo- en esto, como en tantas otras materias de la cosa pública complutense, no se estila el criterio, la planificación y el consenso a largo plazo.

A pesar de todos los pesares, se cuenta ya con un buen puñado de experiencias, algunas espectaculares, otras fallidas y unas pocas tan atractivas como tremendamente osadas. A este último grupo pertenecen las aventuras que se perpetraron en el viejo cuartel de Caballería y depósito de Sementales y en el recoleto jardín interior de la Facultad de Económicas.


El Picadero y El Abrevadero, a comienzos de los años 80, mucho antes de uso como espacios escénicos. Arriba, durante la celebración del Día de Santiago (Foto: Ministerio de Defensa)

El destartalado caserón de la calle Empecinado, fruto de la desfiguración del primitivo Convento de Mercedarios Descalzos de la segunda mitad del siglo XVII para transformarlo en un recinto más de la ciudad cuartel que emergió en el siglo XIX, se convirtió en 2003 en una de las sedes más disparatadas de la historia del festival, bajo la dirección aquel año de María Ruiz.

Cierto es que el conjunto de naves, estancias y patios que se apelotonan en el complejo venían acogiendo desde hacía años, además de almacenes y oficinas municipales -las de la liquidada Fundación Colegio del Rey y el Centro Asesor de la Mujer-, ensayos de teatro y música, además de rodajes de películas y series de televisión. Pero convertirlo casi de un día para otro en un auditorio cómodo y seguro resultó ser un salto demasiado grande.

En aquel mes de junio que tuvo de marco un cambio de gobierno en el Ayuntamiento -el retorno de Bartolomé González y el PP al Gobierno municipal y la consecuente salida del alcalde Peinado y la coalición de izquierdas del PSOE e IU-, Sementales fue uno de los enclaves estrella con dos espacios diferenciados pero igual de 'gamberros' en el equívoco juego de palabras con las añejas denominaciones del lugar dedicado a la cría caballar.

Se dispuso, así, de El Abrevadero, ubicado en el patio donde los animales hacían las aguadas, para las noches golfas de conciertos, alterne y copas del festival. Y para las funciones de teatro se estrenó El Picadero, la sala de adiestramiento de las monturas emplazada en la vieja iglesia conventual.

El experimento underground en este último espacio, no obstante, pudo acabar de manera trágica, pues la espaciosa pero claustrofóbica caja de la vetusta capilla estaba muy lejos de ser un antro apto para acoger espectáculos. Se programaron en ella, sin embargo, dos de los 'platos fuertes' del festival: París 1940  del gran Flotats y El sueño de una noche de verano, en la suntuosa producción de Andrea D'Odorico con la versión de Eduardo Mendoza, la dirección de Miguel Narros y un cuidado reparto encabezado por Verónica Forqué. Y los llenazos devinieron en un infeliz suplicio para actores y público, por el calor insoportable, la pésima acústica y el incómodo acceso a la platea de aquel primitivo templo reconvertido en picadero que había acabado en ratonera humana.

Entonces se dio por bien empleado el sacrificio, o más exactamente la temeridad, porque existía un vago acuerdo institucional en rehabilitar el el ajado cuartel para hacer de él un gran centro cultural. El Ejecutivo local recién constituido anunció incluso la organización de un concurso de ideas para acondicionar el recinto y se calculó en 15 millones de euros la inversión necesaria para destinarlo a auditorio y salas de exposiciones y eventos.

El elenco del 'Paseo romántico': Ginés García Millán, Blanca Portillo, Marcial Álvarez e Israel Elejade (Foto: Teatro Español)

Pero el tiempo fue pasando y aunque en 2007 la Comunidad de Madrid tomó como suyo el proyecto y prometió, al calor de una nueva cita electoral, rehabilitar el complejo para hacer de él en una 'factoría' de jóvenes artistas, nunca más se supo del que debía ser gran vértice sur del triángulo de ocio cultural junto a los Cuarteles del Príncipe y Lepanto y la Huerta del Obispo. Con actuaciones de urgencia para que la ruina no se note demasiado e intermitentes peticiones de uso, como la del colectivo Alcalá es Música para ensayos y conciertos, la mole de Empecinado sigue en pie, que no es poco, dadas las circunstancias.

Más exquisito pero igual de decepcionante a la postre fue el uso del Jardín de Jovellanos, en el interior de Económicas, para subir el telón de la edición de Clásicos de 2006. Ubicado entre la parte noble de la facultad, correspondiente al antiguo Convento de Mínimos, y el mamotreto moderno, este rincón es uno de los mejores ejemplos de los jardines secretos que esconde el centro de Alcalá. En 1995 se inauguró, merced a la colaboración de la familia Huerta, a la que pertenecía la finca, pero hasta una tormentosa noche de junio de once años después, cuando acogió el estreno absoluto de Paseo romántico, una antología de algunos de los mejores textos de las mejores plumas románticas de nuestra literatura teatralizada por Laila Ripoll, no trascendió al gran público la hermosura del sitio.

Y sin una silla libre entre las repartidas por los senderos del jardín bautizado con el nombre del célebre ilustrado que fue estudiante de la Complutense primera, el soberbio cuarteto formado por Blanca Portillo, José Coronado, Israel Elejalde y Marcial Álvarez se afanó en declamar con donosura desde los atriles repartidos entre los arbustos y con la música de fondo de los truenos y los candelazos de los relámpagos colándose por la arboleda. A la media hora escasa esta inesperada escenografía de tempestad romántica se hizo insoportable y hubo que suspender con actores y espectadores a la carrera bajo la lluvia y el viento desatados.

Aspecto del Jardín de Jovellanos (Archivo de la UAH)

Pudieron completarse, por suerte, tres funciones más de la lectura dramatizada en las siguientes jornadas. Incluso la obra regresó a la ciudad cuatro temporadas después, con Ginés García Millán sustituyendo a Coronado, pero en esta ocasión se representó bajo la confortable cubierta del Corral de Comedias. El jardín volvió a su secreto. Y hasta hoy.

Pero ahí quedaron las propuestas, que aunque solo sirvan para ser recordadas y puedan inspirar para  buscar otras en el futuro, ya habrán merecido la pena. Porque si algo sobra en el barrio viejo de Alcalá son rincones evocadores.

Y con esto, con un pasado entre sementales y románticos y con una larga vida de Clásicos por delante, más la complicidad del público, cuanto más entusiasta y numeroso mejor, habrá mucho teatro que disfrutar entre piedra y piedra. Y entre sueño y sueño.

jueves, 11 de abril de 2019

El Grial alcalaíno cumple 400 años

Ni las Ferias ni la fiesta de Cervantes ni los Santos Niños. Durante más de tres siglos el "día grande" de Alcalá, como lo tituló el célebre cronista Luis Madrona, el pseudónimo de Fernando Sancho, era el domingo de mayo en que procesionaban por las calles principales de la ciudad las Santas Formas, una tradición que se remonta a comienzos del siglo XVII. Toda la población, más decenas de feligreses venidos de fuera, incluidos reyes, aristócratas y autoridades mayores, acudían a rendir culto público a unas hostias que se consideraban  milagrosas por su incorruptibilidad y a las que se dedicó incluso una capilla en la iglesia de Santa María de la calle Libreros; la casa de lo que bien podría considerarse el Grial alcalaíno.


Un ángel custodiando las Santas Formas, en una de las pinturas de la bellísima cúpula de la capilla de Santa María obra de De Ribea (foto: Obispado de Alcalá)

Restaurada in extremis en 2010, su bellísima cúpula está ocupada por un cielo repleto de ángeles dedicados a custodiar y glorificar el misterio de las Santas Formas, desaparecidas en 1936 en circunstancias tan enigmáticas como las que rodearon su aparición a finales del siglo XVI. Hasta comienzos de los años 60 de siglo pasado, no obstante, se siguió rindiendo culto hasta que la iglesia decidió suprimirlo. "Los paisanos protestamos mucho. Hubo una lucha muy virulenta", recordaba otro cronista de la Ciudad no menos célebre, Paco García Gutiérrez, subrayando la importancia que llegó a tener para Alcalá aquel acontecimiento. "Era más que el Corpus. Toda la población se movilizaba".

Desde hace unos años el Obispado de Alcalá trata de recuperar la tradición y también tratará de celebrar a lo grande el 400 aniversario del nacimiento de lo que muy bien podría considerarse el Grial alcalaíno, la proclamación del milagro, efeméride que contará también con un ciclo de conferencias por parte de la Institución de Estudios Complutenses (IEECC).

La tradición tuvo su origen en un curioso suceso ocurrido en el Colegio Máximo de Jesuitas, sede hoy de la facultad de Derecho, un día de 1597. El padre Juan Juárez estaba en su habitación, atendiendo a los feligreses en confesión, cuando se le arrodilló un hombre que, visiblemente atribulado, le entregó 24 formas consagradas. Le confesó que se las habían entregado unos moriscos que las habían robado de un sagrario.

El padre Juárez consultó a otro sacerdote jesuita, el padre Vázquez, qué hacer con ellas y éste le aconsejó que no las entregara a la comunión por si estuvieran envenenadas. Decidieron entonces dejarlas en una alacena.

Puesto al corriente del hallazgo el rector del Colegio, Luis de la Palma, aprobó la idea de mantenerlas apartadas y dispuso además, con elocuente prurito científico, diversos cambios de ubicación para comprobar su reacción ante las diferentes condiciones de humedad y temperatura. Fue pasando el tiempo y las hostias no experimentaban variación alguna: se mantenían blancas y tersas como el primer día que aparecieron por el colegio.

Más de una década después, a partir de 1609, el padre De la Palma comenzó a dar noticias a sus superiores sobre la incorruptibilidad  de las obleas y en 1619 una junta de religiosos de la ciudad determinó que se las podía calificar de "obra sobrenatural y significativa de la real presencia de Cristo Nuestro Señor". Se mandó tenerlas, por tanto, por reliquias sagradas y rendirle culto.

Aspecto general de la cúpula de la capilla (foto Hispania Nostra)


En abril de 1620, con motivo de la inauguración de la iglesia de Santa María, se veneraron por primera vez en procesión, a la que asistió hasta el rey Felipe III. En 1626 el Ayuntamiento se unió a la devoción con un voto perpetuo en acción de gracias por una crecida del Henares que a punto estuvo de arrasar la ciudad.

A partir de ahí el fervor popular se desató y no paró de crecer en torno a las Santas Formas, con su procesión el sexto domingo de Pascua y, a partir de 1687, con la capilla erigida en su honor, adosada a un lateral de Santa María, y con la bellísima y delicada decoración en sus alturas obra de Juan Vicente de Ribera. El 'Corpus de Alcalá' no perdió fuerza ni cuando se produjo la expulsión de los jesuitas en 1767 y la custodia con las "sacrantísimas formas" fue trasladada a la Magistral.

En 1897 la ciudad se volcó en la conmemoración del tercer centenario de la aparición de las Santas Formas, cuya devoción entró con pie firme en el siglo XX hasta que llegaron los tiempos convulsos de la República. La procesión no se celebró ni en 1932 ni en 1933. Se retomó en 1934 y las reliquias desfilaron por última vez en la primavera de 1936. El estallido de la Guerra Civil apenas mes y medio después truncó la tradición al producirse la desaparición de las hostias.

Las especulaciones en torno a su paradero fueron motivo de discusión recurrente durante los años siguientes entre los alcalaínos. Se rumoreó, por ejemplo, que la custodia fue escondida por unos curas en el sepulcro del Cardenal Cisneros de la Magistral. Y de allí fue extraída, con destino incierto, por operarios de la Junta de Patrimonio, que rescataron las obras de arte del templo destruido por un incendio provocado por los milicianos en los primeros días de la guerra. Otros testimonios apuntan que las Santas Formas quedaron en manos de varios vecinos, que las ocultaron durante el conflicto fratricida. Incluso llegaron a señalarse dos casas, a las afueras, en la zona del Encín, donde pudieron estar escondidas. Pero a día de hoy sigue sin haber rastro de ellas.

Salida de la procesión de las Santas Formas de la Magistral, retratada en el famoso cuadro del pintor alcalaíno Félix Yuste (1893) 

A la conclusión de la guerra, ya sin las reliquias, se mantuvo la procesión hasta que a comienzos de los 60 las autoridades eclesiásticas mandaron suprimirla y la memoria de la tradición se fue diluyendo. "No estaban ya las Santas Formas y, por tanto, no había milagro, así que se cerraron en banda", explicaba García Gutiérrez, que lamentaba que ni siquiera la Iglesia local hubiera mantenido un culto privado.

A día de hoy, el misterio de las Santas Formas, una de las 'glorias' de las tradiciones locales, solo vive en el recuerdo de los más mayores de la ciudad. Se verá si el intento del obispado de rescatar el culto da sus frutos. Lo mismo que su búsqueda; todo un desafío para el alcalainismo ahora que se cumplen sus primeros 400 años.


jueves, 28 de marzo de 2019

Qué viejo era mi parque

Hará seis años algunos de los pinos más altos, retorcidos y añosos del vetusto parque O'Donnell tuvieron que ser talados. Los técnicos del ayuntamiento recomendaron el apeo por el riesgo de que alguno de ellos se viniera abajo, vencido por el peso de las copas, la inclinación imposible de sus troncos y un terreno reblandecido en exceso para regar las praderas de césped, ese costoso capricho a la salud -se supone- de las raíces irlandesas del general que da nombre al parque. Fue una mutilación traumática.


Aspecto del macizo de piedras y arbustos que aloja el estanque del parque (foto del Ayuntamiento de Alcalá)

Durante varias generaciones estos gigantes verdes dieron la bienvenida a paisanos y visitantes en su entrada al centro de la ciudad, asomados a la riada de tráfico de la Vía Complutense. Y en cuestión de pocas horas, la alta y armoniosa masa verde desapareció, dejando un doloroso vacío sobre el que flotó durante días un penetrante y fantasmal olor a resina y madera recién cortada que hubiera enloquecido de dolor al más duro de los Ents, aquellos monstruosos pastores de árboles que inventó Tolkien para su bestiario de El señor de los anillos.

Algo hubo en aquella tala que barruntaba el advenimiento de una encrucijada, de un momento crucial para el parque, el viejo parque con exótico nombre de espadón decimonónico que ha conocido tres siglos distintos. ¿El principio del fin o el fin del principio? Aún esperamos la respuesta.

Apenas un par de años antes de esa tala, en las elecciones de 2011, el PP presentó un proyecto de reforma de la histórica zona verde que incluía, como novedades más llamativas, la creación de un pequeño lago y el cerramiento de todo el perímetro.

Nunca más se supo de aquel proyecto; el parque volvió a sus rutinas, alternando el mantenimiento de costumbre y los estragos de las vandaladas periódicas. El cenagoso estanque -qué lejos quedan los patos que también dieron sobrenombre al parque- estuvo clausurado para evitarle a algún curioso el riesgo de romperse la crisma tropezando con algunos de sus  mellados escalones. También cerraron por una temporada el cercano recinto infantil, un espacio sombrío y desangelado que los críos se han empeñado en mantener vivo.


La rosaleda en el extremo norte es una de las zonas más delicadas y expuestas del parque (foto del Ayuntamiento de Alcalá)

De allí se eliminó el puente adornado con rocas que también abrazan al estanque y que son inconfundibles en una de las fotos más entrañables que rescató Ángel Pérez López para su obra gráfica Alcalá en la II República. Fechada en febrero de 1931, en ella se ve al grupo de chavales del cuadro teatral de la Mutual Complutense escalonados por el roquedo, contentos y confiados; ajenos por completo a la tempestad bélica que pocos años después se desataría y que convertiría ese lugar en una improvisada base de tanques y vehículos blindados, aprovechando la protección de la arboleda contra los ataques aéreos de la aviación franquista.

Son solo un par de las innumerables historias que guarda el parque, construido en los últimos años del siglo XIX sobre la fresca huerta que flanqueaba el camino a la sierra y a Burgos y regalaba la vista de las monjas bernardas durante sus ratos de recreo en el mirador con celosía del vecino convento. Dejamos para otra día la costalada que acabó con la vida del rey Juan I de Castilla haciendo filigranas con su caballo; o los espectros que debieron quedar amarrados por el uso de la picota en ese paraje en tiempos de la villa medieval.

Muchas de esas historias han sido rescatadas por el colectivo Complutenses por el Parque O'Donnell, un grupo nacido hace un lustro en torno a Facebook para denunciar el deterioro que sufre, vigilar que no se produzcan más agresiones y proponer mejoras. A la presión de este grupo, y de no pocos particulares, le cabe en buena parte que se concluyera la rehabilitación del estanque y el área infantil, así como el impulso de otros arreglos e iniciativas de dinamización social y cultural.

También ha tomado parte el grupo en un reciente debate abierto a partir de una abracadabrante iniciativa impulsada por el Gobierno municipal: someter a consulta vecinal el vallado del parque. 261 paisanos decidieron que no había que cerrarlo en una encuesta en la que intervinieron 497 personas. Y por supuesto el Ejecutivo local ha decidido asumir este peculiar 'mandato vecinal', en una ciudad con más de 200.000 almas residentes, y ha descartado el vallado.


Proyecto de vallado del parque que propuso el Ayuntamiento.

Uno también alberga dudas de que cerrar el parque sea la mejor idea para asegurar su conservación y su reimpulso. Pero no tiene ninguna de que el futuro del recinto verde con más solera de la ciudad no debe ventilarse con un referéndum u otro pasatiempo de aparente participación vecinal, sino con criterios técnicos, estéticos e históricos solventes y rigurosos.

El Ayuntamiento cuenta con técnicos y jardineros experimentados, además del privilegio de tener a mano los conocimientos del personal académico e investigador de la Universidad que, además, tutela un jardín botánico en el campus externo pionero en España. Por no hablar de los cientos de parques históricos en España y el mundo de los que poder fusilar ideas y soluciones sin remilgos.

Ahora, con la campaña electoral a la vuelta de la esquina, seguro que sobrarán propuestas para el viejo O'Donnell. Pero ojalá no falte lo de siempre: consenso, ambición y mirada larga. Porque parche a parche, solo se logrará que un lustro de estos suspiremos recordando lo viejo y encantador que era nuestro parque.


viernes, 18 de enero de 2019

Un tal Colón, vecino de Alcalá

Cristóbal Colón y el descubrimiento de América nunca dejan de dar sí. El nebuloso origen del navegante es motivo de constantes polémicas y divagaciones, lo mismo que las circunstancias en que se desarrollaron sus viajes, toda una epopeya. Además, de un tiempo a esta parte, por aquello de las modas revisionistas, la llegada de los europeos al nuevo continente es objeto de repulsa, por ser la encarnación “del odio y el racismo”. Sea como fuere, tanto el almirante como el descubrimiento comenzaron a entrar en la historia hace ahora justamente 533 años, con ocasión de la primera reunión que los Reyes Católicos consintieron en celebrar sobre el asunto. Y cómo es sabido, aquella primera entrevista tuvo lugar en Alcalá de Henares, siendo uno de los episodios más notables y curiosos de su presencia en el gran libro de la historia de la humanidad.

Estatua dedicada a Cristóbal Colón en Nueva York.


Y no fue un producto de la casualidad que aquel misterioso mercader metido a geógrafo visionario relatara y ofreciera a los Reyes de Castilla y Aragón, en persona y por primera vez, su proyecto para llegar a las Indias siguiendo la nueva y arriesgada ruta del Poniente en una audiencia con escenario complutense. Ni tampoco fue cosa de un día ni de dos; hasta el punto de que bien podemos considerar al navegante como uno de nuestros ilustres vecinos por una temporada.

El 20 de enero de 1486, fecha de la histórica entrevista, los reyes Isabel y Fernando llevaban tres meses residiendo en el Palacio que los Arzobispos de Toledo de la villa alcalaína, título que regentaba en aquel momento el poderoso cardenal Pedro de Mendoza. El gran prelado, conocido como el ‘tercer rey’, unía la primacía eclesiástica y el linaje de una de las familias nobiliarias de más alta alcurnia. Y continuó la tradición de sus predecesores de acoger a los reyes castellanos en su gran palacio fortificado de Alcalá, ya entonces en vías de convertirse en un suntuoso complejo renacentista.

No era la primera vez, ni sería la última que los Reyes Católicos se alojarían en la fortaleza alcalaína. Aquí acudían sobre todo a descansar; y allí engendraron y vinieron al mundo algunos de sus vástagos, como sucedió en este caso.

Por su parte, Cristóbal Colón llevaba casi una década alumbrando su empresa comercial de las Indias. Miles de páginas han buceado, y aún lo hacen, en sus oscuras raíces (genovesas, catalanas, mallorquinas…); la forma en que concibió la idea de cruzar la “Mar Océana” en busca de las Indias o de una tierra nueva (marinos anónimos que, arrastrados por tormentas, habían encontrado islas al otro lado del océano y de cuyos relatos tuvo conocimiento directo en Portugal); y la incansable peregrinación en busca de apoyos para el proyecto.

Respecto a esto último, fue definitiva la ayuda de fray Antonio de Marchena, el religioso del Monasterio onubense de La Rábida. El franciscano le prestó asesoría técnica, redondeando el proyecto con testimonios de sabios y mapas antiguos; y le redactó cartas de presentación para los personajes principales de la Corte, con el objeto de llegar hasta los soberanos.

A mediados de 1485, con Isabel y Fernando en Andalucía enfrascados en la conquista del reino nazarí de Granada, Colón llevó a cabo su primer acercamiento. Su oferta fue clara y rotunda: un camino directo a las Indias atravesando el inmenso mar que podía procurar a Castilla y Aragón riquezas inagotables y un horizonte infinito de evangelización. Con esta propuesta se dirigió al Consejo Real en Córdoba. La primera respuesta fue negativa, aunque los consejeros tomaron nota de la extravagante idea.

Mientras Colón se reponía del primer revés en su intento de llegar a los monarcas, éstos se preparaban para una larga estancia de reposo obligada por el avanzado estado de gestación de la reina. Y tenían previsto aprovechar, una vez más, la hospitalidad del cardenal Mendoza.

A partir de aquí, es preciso seguir el relato del catedrático Juan Manzano Manzano, una de las autoridades en la vida y obra de Cristóbal Colón, y de los pocos investigadores que ha reunido los escasos datos existentes sobre la primera cita del almirante con los soberanos.

Según este profesor madrileño, los reyes llegaron a Alcalá el 24 de octubre de 1485, en compañía de la corte. Y aquí pasaron todo el otoño, que según los cronistas de la época fue extremadamente crudo, con lluvias torrenciales y vientos helados barriendo toda la vega del Henares. A finales de aquel otoño terrible, el 15 de diciembre, Isabel dio a luz a una niña, la infanta Catalina, que con el tiempo llegaría a ser la desdichada reina de Inglaterra, causante involuntaria del histórico cisma anglicano al negarse a conceder el divorcio a Enrique VIII.

Entretanto, Colón había seguido haciendo gestiones entre religiosos y nobles con vistas a acercarse a los monarcas. Y, al parecer, arribó a Alcalá a los pocos días del desembarco real. El profesor Manzano refiere, al respecto, una crónica de Francisco Henríquez de Jorquera en la que narra cómo Colón partió hacia la villa complutense “a donde los reyes estaban, tan maltratado y solo que perdían mucho crédito sus raçones, que casi todos lo dudaban”, pasando antes por la vecina Guadalajara “y se vido con el duque del Infantado”, en la búsqueda de recomendaciones para concertar una audiencia real.

Patio de armas del Palacio Arzobispal, escenario de la entrevista entre Colón y los Reyes.

El embarazo de la reina impidió la celebración inmediata de la recepción. Pero Colón no se dio por vencido y es muy posible que aguardara en compañía de su hermano Bartolomé el ansiado parto y la reanudación de las audiencias en la misma Alcalá, muy cerca de las "rojas murallas" del palacio, como lo describe el periodista británico Giles Tremlett en su biografía Catalina de Aragón, durante todo aquel otoño frío y lluvioso como no se conocía en la ciudad en muchos años.

Al alumbramiento de Catalina siguió el bautizo en la entonces Colegiata de San Justo, hoy Catedral, las celebraciones en la corte y la cuarentena de la reina, de modo que Colón tuvo que echarle paciencia unas cuantas semanas más. Y al fin se fijó para el 20 de enero de 1486 la primera tanda de audiencias reales y una de ellas fue, finalmente, para el navegante.

Se celebró un viernes porque era el día de la semana elegido para que los reyes atendieran las visitas. Y la audiencia tuvo lugar en el mismo palacio, no en la conocida como Casa de la Entrevista, un espacio perteneciente a la iglesia del desaparecido Convento de San Juan de la Penitencia que fue acondicionado como espacio cultural y bautizado así, en homenaje a aquel hecho histórico, hace medio siglo.

Se ignora el lugar exacto del palacio donde tuvo lugar el encuentro. Pudo ser en la espaciosa Sala de Concilios, construida en el siglo XV, próxima al Torreón del Tenorio y aún en pie. Pero los investigadores se inclinan más por el Salón de San Diego, una estancia más pequeña y acogedora, y ya desaparecido, pues se hallaba en una de las crujías derribadas tras el incendio del palacio de 1939.

De acuerdo con el protocolo, Colón se encontró a los reyes sentados en altos sillones; les besó las manos; se arrodilló delante de ellos en un cojín, y tras obtener su venia se dispuso a contarles el negocio que se traía entre manos.


Estela dedicada a Colón en el monumento al Descubrimiento de la plaza de los Santos Niños (foto de Juan Carlos Canalda).
Entre citas de sabios antiguos y modernos, cifras marineras y el despliegue de un mapamundi que recogía geografías lejanas y exóticas, Colón ofreció a los reyes la isla de Cipango, el Cathay y el Nuevo Mundo, en una ruta marítima siguiendo el trayecto del sol hacia Occidente y presuponiendo la redondez de la Tierra. Eso, al menos, se desprende del único testimonio que nos ha llegado de esta primera entrevista, el del bachiller Andrés Bernáldez, cronista del reinado de los Reyes Católicos, del que se sabe que fue confesor de la reina y amigo personal de Colón, a quien tuvo como huésped en su casa durante días al regreso de su segundo viaje al Nuevo Mundo.

El breve relato del encuentro es el siguiente: “Les fizo relación de su imaginación; al cual tampoco no daban mucho crédito, e él les platicó muy de cierto lo que les dicía e les mostró el mapamundi, de manera que les puso en deseo de saber de aquellas tierras… e dexando a él llamaron a hombres sabios, astrólogos e astrónomos e hombres de la arte de la cosmografía, de quien se informaron”.

Esto último fue lo que resolvieron los reyes tras escuchar la extraña y atractiva propuesta de aquel extranjero, planteada con aplomo y persuasión: trasladar el asunto a los sabios. Y fue así como despacharon a Colón, remitiéndole a la junta de expertos formada por fray Hernando de Talavera.


El ladrillo barroco y las palmeras del trópico, un guiño colombino en el jardín del viejo Colegio de Caracciolos.

A finales de 1486, el mercader metido a geógrafo visionario se enfrentó en Salamanca a un tribunal de astrónomos, cosmógrafos, astrólogos y navegantes, que habían examinado a fondo su proyecto. Y vinieron luego más exámenes, más entrevistas y, al fin, la anhelada singladura. Pero esas historias son más conocidas.

Fue aquí en Alcalá, y entre sus propìos paisanos como uno más, donde "soñó" con el Nuevo Mundo, según reza en la estela con relieve dedicado a Colón en el monumento al Descubrimiento en la plaza de los Santos Niños, bautizado hace años por el irreverente gracejo popular como 'la Piruleta'.