miércoles, 3 de agosto de 2022

Perderse en una ciudad perdida

La inevitable demolición de Casa Blanca, la pintoresca finca que se asoma a la avenida de Meco, no es más que el penúltimo ramalazo de una de las tradiciones más arraigadas en Alcalá de Henares: la autodestrucción con denuedo. Hace algo más de doscientos años, con la Guerra de la Independencia y la rapiña de las tropas napoleónicas en conventos, iglesias y casas solariegas, se le dio el primer gran empujón a este hábito devastador para el patrimonio histórico y artístico. Vinieron luego el cierre de la Universidad en 1836, las leyes desamortizadoras y la subasta sin medida de sus bienes, el expolio de piezas artísticas, los estragos de la Guerra Civil, la expansión urbanística sin control y las restauraciones descabelladas. El resultado es que se ha perdido mucho más de lo que queda, aunque sigue quedando algo. Y debería ser prioritario no perder más.

Portada mudéjar del patio de Fonseca del antiguo palacio Arzobispal, en la recreación realizada por el colectivo ARPA en 2013.

Hace casi una década vio la luz todo un clásico ya de la historiografía local, El patrimonio perdido y expoliado de Alcalá de Henares, un libro editado coeditado por Vicente Sánchez Moltó, Cronista de la Ciudad, y María Jesús Torrens para la Institución de Estudios Complutenses (IEECC), que ofrece el retrato más completo y desolador de la devastación sufrida por la ciudad en los últimos siglos. La obra reúne quince estudios realizados por catorce especialistas en la historia y el arte alcalaínos y en ella se documenta la desaparición tanto de edificios y monumentos singulares como de piezas de incalculable valor artístico. 

Templos, palacios, murallas, pinturas, objetos litúrgicos, libros y restos arqueológicos, entre otros elementos, desfilan por el libro. Un patrimonio perdido que, según los cálculos de la IEECC, representa la mitad del legado arquitectónico y más del 75% de las obras de arte que acogía la ciudad en el siglo XIX.

La "divina Compluto" alabada por los grandes autores del Siglo de Oro, la "Pequeña Roma", como se conoció en la Contrarreforma, y la villa universitaria que fusionó la Ciudad de Dios y la Ciudad del Saber como ninguna otra, convirtiéndose en el modelo que la Unesco reconoció en 1998 como Patrimonio Mundial, vivió hasta hace algo más de cuarenta años un tiempo oscuro para el patrimonio que aún, como se ve con Casa Blanca, suelta algunos latigazos sombríos. 

El resultado ha sido un quebranto y una dejadez del acervo complutense que resulta difícil de cuantificar y evaluar. Porque aparte de lo material está la desaparición de bienes inmateriales como el contenido de archivos y documentos; o de espacios amplios como los caseríos y parajes arrasados por los ensanches urbanos fuera de control que alentó el Desarrollismo a partir de los años 60, caso del entorno de la vieja comisaría asentada sobre la morería medieval, o el barrio del Juncal y el polígono Puerta de Madrid encima de Complutum.

La casa de los Grifos, en el yacimiento de Complutum (complutum.com)

Por fortuna, en los 80 se puso pie en pared y el Convenio Multidepartamental de 1985, que permitió rescatar los grandes edificios históricos que aún quedaban en pie, fue un primer paso para proteger los restos que han llegado hasta el presente. Aunque todavía queda mucho por hacer en el empeño de pasar de la ciudad perdida a la recuperada.

Dentro de ese Alcalá que nunca volverá, y como ejemplo del catálogo de destrozos y desapariciones padecidos por el patrimonio alcalaíno, despuntan algunas 'maravillas', tanto por su valor material como por su importancia histórica e incluso sentimental. Y los pasos perdidos por esa ciudad perdida deben comenzar por Complutum y las otras ‘pioneras’.

En el siglo IV, la gran villa hispanorroamana a orillas del Henares era la urbe más floreciente del centro de la península como próspero cruce de caminos. Hoy solo queda al aire libre poco más de un tercio de su casco urbano; del resto, que reposa bajo bloques de viviendas y calles, apenas pudieron rescatarse unos mosaicos en los años 70. A lo largo de los siglos, muchas de sus piedras sirvieron para construir otros edificios de la ciudad o fueron pasto del saqueo. En la Complutum que se ha salvado se han ido adaptando áreas para la visita como la Casa de Hyppolytus, el Foro o la Casa de los Grifos, conformando un incipiente parque arqueológico que habrá de ir creciendo a medida que prosigan las excavaciones y la investigación… y no falte el presupuesto para ello. En algunos casos se ha llegado tarde o se ha destruido a conciencia, como en los yacimientos prehistóricos de La Esgaravita y aledaños. Y en otros se está pendiente de prospecciones más ambiciosas, como le sucede a la fortaleza musulmana de Alcalá la Vieja. Y aunque fuera del término complutense, pero de estrecho vínculo, es de esperar que la primitiva Complutum del Cerro del Viso aflore algún día. Sin duda, muchos hallazgos valiosos están por conocer de los ancestros urbanos del Alcalá actual.

Vista general del palacio Arzobispal en torno a 1870, fotografiada por Jean Laurent desde la torre de la Magistral (Biblioteca Nacional)

La ciudad que habitamos ahora, no obstante, tiene su origen en una piedra, la empleada para el martirio de los hermanos Justo y Pastor, cobijada bajo el altar de la Catedral Magistral. Ésta a su vez debe su origen a un primitivo santuario construido en el siglo V en el Campo Laudable, el lugar donde, según la tradición cristiana, fueron degollados los Santos Niños sobre el pedrusco en cuestión. El sencillo templo que existió en el lugar a lo largo de la Alta Edad Media se transformó, tras la conquista de estas tierras por los señores castellanos, en la iglesia de San Justo y en el siglo XV pasó a ser colegiata. El cardenal Cisneros le concedió una renovada dignidad aportándole dimensiones catedralicias y vinculándola a la Universidad, lo que la convirtió en Iglesia Magistral. Durante siglos fue el primer templo de la ciudad hasta que fue incendiada por los milicianos en los primeros días de la Guerra Civil. Los destrozos en la techumbre y las capillas y las rehabilitaciones defectuosas la dejaron mutilada para la posteridad. Las recientes excavaciones en la plaza de los Santos Niños han permitido sacar a la luz algunos restos de la villa medieval, pero aún queda mucho por conocer de los primeros siglos de andadura de aquel Alcalá prístino, abrazado a la piedra de Justo y Pastor.

Todo lo contrario del palacio Arzobispal, uno de los conjuntos monumentales más documentados de la historia del patrimonio español aunque, por desgracia, ya no existen sus espacios y tesoros más deslumbrantes. De no haber sido por el incendio que en la noche del 11 de agosto de 1939 devoró sus ricos artesonados, salas, galerías y patios, el Arzobispal sería hoy el monumento más valioso de Alcalá, por delante incluso de la Cisneriana, y un referente en España. Porque en aquel incendio no solo se fue lo mejor del edificio que empezó siendo en el siglo XIII una sobria fortaleza y que los arzobispos toledanos, señores de Alcalá, refinaron y adornaron con todo lujo durante los siglos XV, XVI y XVII con la destreza arquitectónica, escultórica y pictórica de los mejores artistas de cada momento; todo fuera por pasar a la mundana posteridad. Las llamas también consumieron el Archivo General Central, que en 1858 fue instalado en el edificio, muy dañado por las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia. Más de 140.000 legajos del siglo XVII en adelante se perdieron en el fuego, que según la versión oficial se originó en el basurero del taller mecánico de vehículos militares que se mantenía en el histórico recinto desde el tiempo de la guerra. Según suelen coincidir los estudiosos locales, se trata de la peor pérdida sufrida por Alcalá en su historia: un edificio y un archivo a la vez. De postre, muchos restos recuperables fueron abandonados al descuido y la demolición durante la posguerra. Y aún hoy se sigue aplicando allí la vieja tradición del maltrato consintiéndose un aparcamiento sobre el terreno que en su día ocuparon el frondoso Jardín del Vicario y la galería del Ave María del complejo.

Convento de Santa María de Jesús dibujado por Valentín Carderera y Solano a mediados del siglo XIX (Fundación Lázaro Galdiano)

Tampoco tuvo demasiada suerte la muralla que rodeó aquel Alcalá antiguo. A comienzos del siglo XIII los arzobispos empezaron a construir un recinto amurallado para proteger el Burgo de Santiuste, la población de cristianos, judíos y musulmanes surgida en torno al lugar donde sufrieron su tormento los Santos Niños. Entre lienzo y lienzo de la muralla llegaron a existir hasta siete puertas. Con el crecimiento del burgo hubo necesidad de ensanchar la muralla y cambiar de ubicación casi todos los accesos, empleando para ello muchos materiales de la vieja Complutum. Estos a su vez fueron desmontados y reutilizados para construcciones que desbordaron la muralla y que desde hace algo más de un siglo se circunscribe tan solo al recinto del Arzobispal. Queda en pie, no obstante, buena parte de una de las puertas originales, la de Burgos, frente al paseo de los Pinos y el parque O’Donnell, recuperada a duras penas tras sufrir un derrumbe parcial en diciembre de 2005. Y en este estado sigue, rescatada in extremis pero olvidada entre vallas de seguridad, siendo como es probablemente la construcción más antigua de Alcalá que se conserva a día de hoy.

Ni rastro ha llegado hasta nuestros días de la mezquita transformada en iglesia que existió en la calle Santiago, cerca del vecindario musulmán conocido como la Almanxara. En los primeros años del siglo XVI el cardenal Cisneros mandó convertir en iglesia la mezquita que durante varias generaciones usaron los moriscos alcalaínos. Y mandó consagrarla, para que a nadie le quedaran dudas, a Santiago Matamoros. Esta iglesia, que ocupó la esquina de la calle Diego de Torres con Santiago y de la que queda como único vestigio una columna en el esquinazo, dejó de acoger actos litúrgicos antes de la Guerra Civil y en 1965, cuando la ruina empezaba a amenazar su torre y su fachada, el Ayuntamiento, de acuerdo con las autoridades eclesiásticas, determinó derruirla.

Iglesia de Santiago fotografiada por Baldomero Perdigón poco tiempo antes de ser derruida en 1965.

Al menos un mínimo rastro de muros y cimentaciones se han conservado del convento de Santa María de Jesús. Están a la vista en el suelo, protegidos por un acristalado, en una de las salas del Museo de Arte Iberoamericano de la Universidad de Alcalá, en el edificio Cisneros de la plaza de San Diego. Es el único testimonio material del complejo conventual levantado en ese lugar a mediados del siglo XV. La orden franciscana tuteló aquel cenobio, el primero fundado en Alcalá, que alcanzó fama en toda la cristiandad por ser la última morada del venerable y milagroso san Diego, contando incluso con la más alta protección real. En torno a esa veneración, la capilla del convento gozó de gran suntuosidad, siendo un rincón de referencia del arte barroco patrio. Una circunstancia que no pesó lo más mínimo cuando el Estado lo dejó en manos del Ejército a mediados del siglo XIX, pues el edificio fue demolido y sus materiales usados en la construcción del cuartel, inicialmente de caballería y que estuvo en uso hasta finales del siglo pasado.

Muy cerca de ahí, para la parada final en este paseo, bien vale la ‘iglesia de Cervantes’. Construida en el siglo XV sobre el solar de una vieja ermita en un extremo de la plaza del Mercado, de la iglesia de Santa María la Mayor solo queda hoy en día la capilla del Oidor y la torre, así como unos fragmentos de la pila donde recibió las aguas bautismales el bebé Miguel de Cervantes. El escritor fue cristianizado en ese templo, que durante siglos fue el más importante de Alcalá junto a la Magistral. En los primeros días de la Guerra Civil la incendiaron los milicianos y meses después fue bombardeada por la aviación franquista. Pese a los destrozos, el templo podría haber sido reconstruido, pero se optó por derruir su cuerpo central y convertirlo en ‘cantera’ para los refugios antiaéreos o para la posterior reconstrucción del palacio Arzobispal. 

En definitiva, la misma desdichada historia de siempre en este Alcalá perdido, que va camino de convertirse también en eterna.


jueves, 7 de julio de 2022

Ciudades secretas, montes mágicos

"...Y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto". Con esta hermosa y vibrante parrafada del capítulo XXXIX de la primera parte de El Quijote inmortalizó Miguel de Cervantes uno de los parajes vinculados a Alcalá de Henares con más historia y más encanto: el cerro de San Juan del Viso y su entorno. Perteneciente en la actualidad al término municipal de Villalbilla, ya ejercía su magnetismo en el siglo XVI, cuando el Manco de Lepanto se hizo eco de la fascinante leyenda del desdichado Muzaraque. Y también mucho antes, por la época en que esa imponente meseta que domina la Vega del Henares acogió la primera gran ciudad del centro de esta península poblada de conejos y encinas. Fue la primitiva Complutum de la que, al fin, volvemos a tener noticias.


Restos de la fachada del Auguraculum, la casa de los augures cercana al foro de la Complutum de abajo. Al fondo, las laderas del cerro de San Juan del Viso, emplazamiento de la primitiva Complutum (Foto: complutum.com)

Nuevas imágenes tomadas con un dron han permitido afinar las hechuras de la urbe romana levantada en la llanura que corona el cerro, cuya inconfundible trama hipodámica fue descubierta por Sandra Azcárraga y su equipo de la Asociación Primitiva Complutum hace una década cuando analizaban imágenes aéreas del lugar. A los perfiles inconfundibles del teatro en un extremo de la meseta, sin duda una de las joyas del yacimiento aún por explorar, se han ido añadiendo otros, como la planta de un campamento militar o el silueteado de lo que parece ser un templo.

Y todo ello sin apenas haber actuado hasta ahora sobre el terreno, la mayoría en manos privadas. Este verano se acometerá la tercera campaña de excavaciones en la superficie correspondiente a una parcela de titularidad pública, lo que permitirá seguir acumulando saberes de este lugar. Pero apenas se rasgará el primero de los muchos velos que ocultan los secretos de esta Complutum de arriba edificada cuando Roma aún era una República, y desmontada piedra a piedra para levantar la Complutum de abajo, junto al río, metidos ya en nuestra era, con la Pax Romana bien asentada en la provincia más querida del Imperio.

Buscar refugio en las alturas, vigilar los horizontes y protegerse de cualquier visita indeseable y de las devastadoras razias, fue también el motivo de que se habitara el Zulema desde antiguo. Un oppidum carpetano fue lo que encontraron las legiones romanas al asomar por estas tierras en el siglo I a.C. Y la Complutum primera la construyeron sobre ella y quién sabe si sobre la mítica y misteriosa Iplacea, la tatarabuela celtíbera de la actual Alcalá, que según otra preciosa y descabellada leyenda fue fundada por una falange de hoplitas griegos procedentes de la mismísima guerra de Troya en busca de paz y fortuna en el otro confín del Mediterráneo.


Fotointerpretación de cómo puso ser el teatro de la primitiva Complutum y su recreación 3D (Azcárraga, Ruiz Taboada y Ruipérez)

Tras el “circo de agrias barrancadas del Zulema”, que diría Manuel Azaña en sus diarios, y siguiendo la línea de montes gastados que emergen del laberinto arcilloso de terrones y cantiles, formando el gran escalón  que al sur del río da paso a la Alcarria de Alcalá, también quedan huellas de poblamientos desde antes de que hubiera memoria. En el entorno de ese zigurat  natural que es el Ecce Homo sobresale, cómo no, Alcalá la Vieja, un mirador inmejorable para controlar de cerca los caminos que discurren junto al Henares del que aún no se conoce del todo la profundidad de sus estratos históricos. 

Ni siquiera se sabe con detalle la funcionalidad exacta de sus poblamientos sucesivos a lo largo del tiempo (romanos incluidos) ni las dimensiones reales de los restos de la fortaleza musulmana que le dio nombre y apellidos al Alcalá presente. Y aunque no han dejado de realizarse estudios en los últimos lustros, queda por acometerse una investigación ambiciosa y pormenorizada del lugar, así como un plan de protección del espacio. Preferiblemente antes de que las oleadas de excursionistas terminen por arruinar los restos visibles de la torre albarrana y el vistoso arco de herradura reconstruido –la valla metálica y las llamadas de atención de algunos solo sirven para envalentonar aún más a estos arqueólogos repentinos y obstinarse en el daño.

Y no hay que olvidar siguiendo unos kilómetros más al este, en otro cerro amesetado a las afueras de Santorcaz, el oppidum carpetano del Llano de la Horca, un yacimiento que comenzó a excavarse hace más de veinte años. Tutelados por el Museo Arqueológico Regional, los trabajos han permitido testimoniar no solo que el asentamiento era mucho más extenso de lo que se pensaba, sino que sus habitantes eran bastante más refinados de lo que se creía, a tenor de la intensa y exquisita actividad artesana que ha quedado a la luz. Algunos restos de vasijas también revelan que aquellos carpetanos de hace 2.500 años mantenían contactos con los pueblos lejanos del Mediterráneo, pues proceden de Etruria y Campania. No iban tan descaminados, pues, aquellos que colocaron en el camino del corazón de esta abrupta meseta peninsular a los guerreros griegos.


Torre albarrana de la vieja fortaleza de Alcalá la Vieja y, en primer término, uno de los bolaños lanzados con catapulta desde el cerro Malvecino en los asedios del siglo XII que fueron hallados en 2017 (Foto: Ayuntamiento de Alcalá)

Por desgracia para el Llano de la Horca, como para Alcalá la Vieja y de momento también para la primitiva Complutum, la apuesta institucional por indagar a fondo y por sacar a la luz las huellas y vestigios de tantas gentes y culturas a lo largo de los siglos llega a cuentagotas. Y eso unido a los ciclos  inevitablemente largos de las labores en arqueología, dilata los tiempos hasta la desesperación.

Da pena pensar que si esta cuerda de ciudades secretas estuviera tendida en algunos de los distritos de la capital, más dispuestos y espabilados estarían en los despachos del Gobierno regional. Convencerles, después de que se autoconvenzan los ayuntamientos de la comarca, de que la primera gran ciudad de la Comunidad de Madrid -que tal sigue siendo el nombre de esta Comunidad Autónoma; la capital ya tiene de sobra con lo que tiene, qué manía-, y una de las primeras urbes de importancia del centro de la península, está a medio camino de Villalbilla, Los Hueros, Torres de la Alameda, Alcalá y Torrejón, en una zona de lo más accesible, lista para convertirse en un extraordinario activo de turismo cultural mostrando a las gentes del presente y el futuro la vida de hace 2.000 años, no debería de ser tan difícil.


Recreación de la población carpetana del Llano de la Horca de Santorcaz (Museo Arqueológico Regional)

Queda el recurso, por último, de invocar el elemento mágico, lo casi sobrenatural. Y, apelando a aquello de que toda leyenda encierra al menos una chispa de veracidad, recordar que el Zulema puede deber su nombre a la derivación islámica de Suleiman o Salomón, el mítico rey de Israel que logró escribir todo el conocimiento del universo en una mesa; y que ésta puede estar escondida en algún rincón del cerro, custodiada por el infeliz fantasma del moro Muzaraque. Cervantes lo dejó escrito. Hágasele caso y búsquese. Cómo poco estará garantizado el hallazgo del fósil de una fascinante ciudad romana.


viernes, 24 de junio de 2022

La gran herida de hierro

A finales del mes de mayo de 1999, en vísperas del pistoletazo de salida a la campaña de las elecciones municipales y autonómicas que se celebraban aquella primavera, el entonces presidente regional Alberto Ruiz-Gallardón realizó una de sus escasas apariciones por Alcalá de Henares. La visita incluyó una comida con la prensa en la Hostería del Estudiante. Y allí, entre plato y plato, el que fuera posteriormente alcalde de la capital y ministro de Justicia dejó caer que, si ganaba los comicios de nuevo, una de sus prioridades de legislatura sería estudiar la puesta en marcha del proyecto de enterramiento de las vías del tren a su paso por Alcalá. Aquella promesa, por aquel entonces, era casi como anunciar el Gordo de la Lotería para la ciudad. Y 23 años después nos acaba de llegar una mínima y remota pedrea en forma de nueva estación central con acceso solo desde el centro.


La estación central de Alcalá y las vías en dirección Madrid (Foto: Miguel Ángel Matute)

Sabía Ruiz-Gallardón lo que se hacía cuando formuló aquel anuncio. Sobre todo sabía el modo de hacerlo. Sin grabadoras sobre los manteles, con cuadernos y bolígrafos a buen recaudo, el mandatario autonómico soltó como el que no quiere la cosa un compromiso que en aquel tiempo era todo un caballo de batalla de la clase política, el sector económico y el tejido social de Alcalá. 

La ciudad acababa de dar el salto al otro lado de las vías con la urbanización del polígono Espartales y el Ensanche y los primeros desarrollos en La Garena. Y aunque era un proyecto ambicioso y milmillonario, otras ciudades de dimensiones y necesidades similares a Alcalá, como Getafe o Cádiz, habían logrado materializarlo. 

El anuncio de Gallardón era, por tanto, muy importante para la ciudad. Y en clave partidista, un buen golpe de efecto para que el PP tratara de reeditar el Gobierno complutense con una mayoría suficiente esta vez, enarbolando además el pelotazo del título de Patrimonio Mundial de la Unesco conquistado seis meses antes. Pero las urnas acabaron dándole una minoría amplia pero insuficiente a los populares y PSOE e IU pactaron para quedarse con la alcaldía y el ejecutivo municipal. Y del enterramiento, claro está, nunca más se supo.

Aunque el PP sí reeditó el gobierno en la Comunidad de Madrid, Ruiz-Gallardón hizo valer el peso del condicional y la ausencia de un compromiso en firme para soterrar la línea férrea, pues no existía testimonio escrito o audiovisual del mismo, para olvidarse del asunto y de Alcalá para el resto del cuatrienio. Cada vez que al presidente se le recordaba la promesa y, en general, su escaso apego a la cuna de Cervantes, enarcaba sus pobladas cejas y soltaba la misma frase-comodín: "Pero si hemos invertido más de 8.000 millones de pesetas en el Edificio Politécnico...".

En Alcalá, en cambio, el asunto siguió candente unos cuantos años más y no cesó de plantearse a la Comunidad de Madrid y al gobierno nacional siempre que había oportunidad, como una de las grandes demandas locales. Especialmente activa fue la gente del Foro del Henares, una entidad cívica que durante años canalizó los grandes debates de la ciudad. Organizó conferencia y jornadas e incluso realizó estudios de viabilidad técnica y presupuestaria para meter las vías bajo tierra. Y las cuentas salían, porque el soterramiento para dejar en superficie un bulevar de cerca de un kilómetro, flanqueado por nuevas áreas residenciales y comerciales en algunas zonas, podía ser una operación urbanística de una envergadura tal que podía concitar el interés vivo de la iniciativa privada.


Aspecto que tendrá la nueva estación central

El empujón institucional era imprescindible pero nunca llegó. El proyecto se fue enfriando y las aspiraciones pasaron a mejor vida. Entretanto, se inauguró una nueva estación en La Garena; se soltó algún que otro globo sonda, como la posibilidad disparatada de extender el Metro hasta Alcalá; y, sobre todo, la ciudad creció al norte de las vías de manera imparable. El barrio de las Sedas y el polígono de Espartales Norte son ahora los extremos de un casco urbano partido en dos por las vías del tren.

Ya no están las huertas, los caminos de tierra y los solares, rematados por el skyline del viejo Alcalá de torres y espadañas, que se puede admirar  en la icónica y entrañable foto que hizo Jean Laurent desde la altura de Gilitos hace siglo y medio. Tampoco la modesta pero decentísima estación de  tren derribada en los 80 del siglo pasado y sustituida por el adefesio actual que tiene al fin los días contados. 

La nueva carecerá, eso sí, de acceso norte porque al parecer nadie en el Ministerio de Transportes, Adif y el Consistorio ha caído en la cuenta de que más de la mitad de la población de la ciudad podría precisarlo. Más aún cuando los  pasos elevados actuales se ven cerrados por ruina durante años como el de la calle Gaceta; amenazados por la herrumbre como el de la calle Infantado; o indefensos ante los fenómenos atmosféricos como el del paseo de la Estación (prueben a pasar por él un día de lluvia; se mojarán más dentro que fuera de él).

La estación y la vía férrea con Alcalá al fondo, en una fotografía tomada por Jean Laurent en 1862

Pensar en una estación subterránea para una línea férrea soterrada es ya ciencia ficción, a pesar de lo necesaria que resultaría y los beneficios que traería tanto para la seguridad como para la movilidad y el encuentro entre el paisanaje y los barrios. Hace tres años un colectivo denominado Alcalá Vía Verde trató de reflotarlo con una recogida de firmas pero apenas reunió unos pocos centenares. Y en 2020 Ciudadanos logró que el pleno municipal aprobara el estudio de una suerte de jardín elevado para tapar la línea férrea en su trayecto por el casco urbano. Y en estudio debe de seguir, se supone.

La ciudadanía, entretanto, se ha acostumbrado a esta vieja herida de hierro, que ya solo duele a unos pocos. A algunos por el calambrazo de algún mal recuerdo. Como el de aquella lejana comida en la que Gallardón nos tomó el pelo.


miércoles, 16 de febrero de 2022

Vuelo y combate entre el jardín botánico y el laberinto atómico

Desde hace unos días luce en el paisaje de Alcalá una nueva glorieta adornada con un espectacular avión militar. Se trata de un C-101, una aeronave dedicada a la instrucción de pilotos que también forma parte de la popular 'Patrulla Águila' de vuelos acrobáticos. Los colores y enseñas de su fuselaje son los distintivos de la escuadrilla, y entre ellos figura además el nombre del comandante Eduardo 'Ayo' Garvalena, que a los mandos de un avión de esa clase realizó miles de horas de vuelo antes de fallecer en un infausto acto de servicio. En su memoria y en la de su legado como reconocido activista solidario se ha instalado ese avión y se ha dado su nombre al parque vecino del que fue además su barrio, la colonia Ciudad del Aire. Pero es oportuna esta iniciativa además para recordar los estrechos lazos de Alcalá con la aviación en España, además de poner el foco en el rincón más singular y desconocido de la trama urbana complutense.


Imagen de la inauguración de la glorieta presidida por el espectacular C-101

Porque con la pérdida de identidad que adolecen muchos de los vecindarios y polígonos de Alcalá se corre el riesgo de que desparezcan huellas de un pasado que, aunque cercano en el tiempo, cada vez atesora mayor valor histórico y cultural. Y no hay duda de que el legado existente en la ciudad en torno a la conquista del aire lo tiene.

Precisamente la idea de colocar un avión de combate en una rotonda para evocar esa vinculación viene de lejos y en un principio se pensó en otra ubicación: una de las rotondas de la avenida del Chorrillo. Fue durante los gobiernos municipales de la década pasado cuando se planteó ese emplazamiento por su proximidad con el otro gran lugar que guarda una importante relación con la historia de la aviación en Alcalá, exactamente el espacio fundacional y pionero: el aeródromo junto al Campo del Ángel.

El 22 de octubre de 1910 el piloto francés Jean Mauvais aterrizó con su biplano en el páramo que se abría junto a la Cruz del Siglo procedente de Madrid en uno de los primeros vuelos que se realizaban en nuestro país. Tras ser agasajado por los paisanos e invitado a almorzar, el piloto perdonó la sobremesa para regresar al punto de partida: una pista de la actual Ciudad Lineal. El amplio solar que utilizó en Alcalá para tomar tierra se convirtió apenas tres años después en uno de los primeros campos de la aviación militar en España.

La ubicación geográfica y las extensas y lisas terrazas que se escalonan al norte del Henares hacían que la ciudad complutense reuniera las condiciones físicas ideales para albergar una instalación de estas características. La existencia de un importante destacamento militar en la que ya por entonces era una ciudad cuartel con solera y su disposición estratégica en el eje entre el aeródromo de Cuatro Vientos y el parque de Aerostación de Guadalajara hicieron el resto.

En cualquier caso, aquel aeródromo emplazado entre las actuales barriadas del Campo del Ángel y del Chorrillo debió ser bastante rudimentario; apenas una pista de tierra apisonada y unos galpones para el material y al personal. Aun así albergó una escuela de pilotos militares y estuvo en funcionamiento hasta 1934, cuando tomó el relevo la base militar dispuesta en las explanadas que hoy ocupan los edificios del Campus externo.


Vista aérea del aeródromo Barberán y Collar en torno a 1944. Al fondo, la vega del Henares y los perfiles del Ecce Homo (foto: Archivo Histórico del Ejército del Aire)

El que se convertiría en aeródromo militar bautizado con el nombre de dos aviadores míticos, Mariano Barberán y Joaquín Collar, éste último instruido en Alcalá, adquirió una gran relevancia durante la Guerra Civil como uno de los enclaves estratégicos de la aviación republicana. Sobre todo en los primeros meses de la contienda, no solo por su localización geográfica privilegiada sino también porque facilitaba los aterrizajes nocturnos, según los especialistas. 

Por este campo de aviación pasaron personajes legendarios como el intelectual francés André Malraux, que reunió una flotilla para defender la República con 'ases' de los cielos como el húngaro Akos Hevesi o el italiano Primo Gibelli. Sin olvidar a los soviéticos que probaron sus nuevos bombarderos desde aquel Alcalá "al acecho de los ruidos amenazadores de la guerra", según la descripción de Malraux, cuya peripecia complutense relata magistralmente Vicente Alberto Serrano en una de sus brillantes columnas en el digital La Luna del Henares.

Tras la guerra, el aeródromo Barberán y Collar siguió a la vanguardia, convirtiéndose a principios de los 40 en la sede de la élite de los pilotos militares españoles, aparte de barajarse como sede de la recién creada  Academia General del Aire. En el transcurso del año 43 incluso se instruyeron en el campo de aviación complutense varias escuadrillas que combatieron junto a la Luftwaffe alemana en la Segunda Guerra Mundial.

Nada más finalizar el conflicto surgió el histórico vínculo que hasta nuestros días mantienen los paracaidistas con Alcalá. Inicialmente con la ubicación de la primera Bandera de la Legión de Tropas de Aviación, unidad que en 1954 se integraría en la unidad de paracaidistas del Ejército de Tierra, origen de la actual BRIPAC. Hasta los años 60 los alcalaínos se acostumbraron a los vuelos rasantes de los aviones y a los saltos desde el aire sobre los llanos de la carretera de Meco. Pero a mitad de esa década otras bases militares tomaron el testigo de la conquista de los cielos y el recinto militar del aeródromo quedó en desuso hasta pasar a manos de la Universidad de Alcalá a finales de los años 70.


En primer plano, uno de los accesos al refugio subterráneo y, al fondo, parte trasera de la ermita, dos de los vestigios del antiguo aeródromo en pleno corazón del Campus

Quedan, sin embargo, un puñado de huellas físicas de esa escuela de "vuelo y combate" en el actual Campus recopiladas en 2015 por el Grupo en Defensa del Patrimonio Complutense en una magnífica guía. La torre de control adosada al complejo de la Facultad de Medicina, una ermita dedicada a la Virgen de Loreto -inaugurada en el mes de marzo de 1953, según reza en el mosaico de piedras de su entrada- o un búnker o refugio antiaéreo, son algunos de esos vestigios; estos dos últimos muy deteriorados y pendientes de una restauración urgente por parte de la institución cisneriana.

Aunque ningún resto del antiguo aeródromo es tan espectacular como el impresionante hangar vecino de la Facultad de Ciencias, una imponente construcción inspirada en los principios constructivos y estéticos del Movimiento Moderno cuyo último uso conocido es haber sido escenario de fiestas estudiantiles. Ojalá su estado ruinoso no impida verlo convertido algún día en un alargado y diáfano estuche de hormigón, acero y cristal para aularios, salas de lectura o auditorios, como corresponde a una arquitectura de su categoría.


Aspecto de una de las cubiertas de los hangares del Campus

Porque rescatar estas edificaciones que son verdaderos testimonios de historia y cultura y dotarlas de vida son actos de justicia con el patrimonio. Y de paso servirían para descubrir a alcalaínos y visitantes estos y otros espacios verdaderamente únicos en la ciudad.


Vista aérea del 'jardín atómico' del Encín (foto: Google Earth)

Es el caso del Jardín Botánico del Campus, un centro de investigación con una extraordinaria reserva de flora de una diversidad sin parangón en nuestro país. O estirando el itinerario un par de kilómetros en paralelo a las vías del tren, es posible admirar el no menos alucinante "jardín atómico" de la finca  de El Encín, perteneciente al IMIDRA autonómico. Se trata de un complejo que acogió a comienzos de los años 60 un experimento con una bomba de rayos gamma dispuesta en el centro de un bosque en forma de laberinto circular e inspirado en el espíritu de los "átomos para la paz", en este caso dedicado a la mejora de la producción agrícola. En definitiva, un fruto colateral de la Guerra Fría que dejó huella en nuestro término municipal y que salvo crónicas tan detalladas como la que nos regaló hace unos años el concienzudo historiador y escritor Daniel López-Serrano 'Canichu' en su blog de noticias de "espía"  apenas es conocido y divulgado.

Bien podría corregirse ahora esa ignorancia convirtiéndole en la parada final de un fascinante paseo por la historia y la naturaleza en el solitario extremo nororiental de la ciudad; un viaje hasta los días de cielo con el pórtico del C-101 y el parque del comandante Garvalena,