sábado, 22 de julio de 2023

La desventura de Cervantes desplumado

El 9 de octubre de 2029 se conmemorará el 150 aniversario de la inauguración de la estatua de Miguel de Cervantes en la plaza que lleva su nombre. Es de esperar que, para entonces, la efigie del vecino más universal de Alcalá de Henares se encuentre en perfecto estado de revista. Y eso habrá de incluir su atributo más simbólico, la pluma que descansa en su mano derecha, la misma que se encuentra en paradero desconocido desde hace algunas semanas y con la inscripción secreta que contiene a la vista profanadora de unos ojos furtivos y, por ello, indignos.

La estatua de Cervantes empuñando el aire y al fondo la espadaña de la Capilla de San Ildefonso.

El lance apenas ha pasado de la categoría de anécdota en las escasas menciones públicas que se ha hecho de ello en el igualmente escaso espacio de debate público de la república complutense. Pero tanto la forma como en el fondo, se trata de una desventurada afrenta para el patrimonio artístico e histórico local.

Es verdad que no es la primera vez que la estatua Cervantes sufre una agresión de esta clase. A finales del pasado siglo, los hurtos del cálamo se hicieron tan frecuentes como las pintadas y los destrozos en la estatua de Cisneros en la vecina plaza de San Diego. Ésta última acabó recluida en un taller de restauración durante años y sustituida por una réplica, mientras que la desplumaduras constantes del escritor fueron conjuradas con la colocación de un artefacto más parecido a un frigopié que a una pluma, atornillada de la manera más tosca a la mano. Lo que le faltaba a una escultura mancillada con el mote malasombra del Monigote entre el paisanaje.

La delicadeza y la categoría artística de la estatua creada por Carlo Nicoli Manfredi en 1879 quedó más que ratificada hace tres lustros, cuando fue sometida a la última gran restauración. Las costras, las  manchas y las escorrentías de polvo, excrementos y óxido habían vestido a la escultura con una pátina verdosa y un aspecto de grosero descuido. Y como broche a ese maltrato y a esa pinta deforme estaba la pluma de su mano derecha, casi una ofensa para la estatua y para el personaje.

Un gran cubo con telones tapó el alto pedestal sobre el que reposa la figura de Cervantes cerca de medio año, tiempo en el que se desarrollaron las labores de restauración que financió la administración regional. El objetivo era retirar la suciedad y rescatar los brillos naturales. Pero durante la intervención se realizaron varios hallazgos. Como los tres orificios localizados en distintas partes de la estatua, la cabeza, la gola y el muslo izquierdo, practicados quizá para ayudar en su día en el transporte y la elevación de la pieza.

Molde de la estatua sedente de Cervantes diseñada por Nicoli y finalmente descartada.

También quedaron al descubierto en la base circular de bronce que la sujeta dos inscripciones: Carlo Nicoli Florencia MDCCCLXXIX y Fratelli Galli fusero in Firence, que corresponden respectivamente al nombre del escultor, su procedencia y el año de la colocación de la estatua, 1879 -el Ayuntamiento, promotor de la estatua, descartó otro modelo con el autor de El Quijote recostado en un sillón-, y los artesanos florentinos que recibieron el encargo de de fundirla.

Además, el equipo de restauración se topó con la torpe colocación de la pluma falsa en la mano, una pésima copia de la original, repuesta una y otra vez a consecuencia de los continuos robos, pero ésta además atornillada al pulgar con pernos de hierro, lo que había provocado que literalmente chorreara el óxido por la mano. A tal fin se moldeó una nueva pluma con una resina especial, más acorde a la estética y el estilo de la escultura, y se adhirió a la mano a través de una espiga de la misma resina con fibra de vidrio en el cálamo de la pluma original, que aún se conservaba entre los dedos del escritor.

Esa es la pluma que está ahora en manos de quien no debe; arrancada de la propia efigie o recogida del suelo tras caerse por un posible deterioro. Aunque no deja de sorprender que en el espacio más emblemático, céntrico y transitado de la ciudad pueda producirse un episodio de este tipo sin más. 

Y una vez sucedido, sigue sorprendiendo la tibia reacción pública ante lo que representa, para empezar, un atentado contra un bien cultural. Y aún entendiendo que, por esa misma razón, la restauración deberá ser lenta y rigurosa, acorde a la normativa que regula la protección del patrimonio, algún tipo de demostración -institucional al menos- de preocupación y consternación por este destrozo no hubiera estado de más.

La estatua de Cervantes sin su pluma. 

Porque la estatua, al fin y al cabo, es la representación material de un símbolo de la cultura universal, de un héroe civil que inspira y ennoblece. Que un personaje de esta categoría presida la plaza mayor de una ciudad, empuñando una pluma y no un cetro o una espada, debería ser motivo de un orgullo especial por parte de sus paisanos. Pero no parece ser ese el caso alcalaíno.

Confiemos en que para el centenario y medio de dentro de seis años haya desagravio con un buen homenaje a la romántica efigie de Cervantes y que se lleve más cuidado con los cuidados que merece una obra de arte y un emblema. Entre ellos, y por aportar ideas, estaría bien sustituir la  inscripción secreta que adorna la pluma extraviada, que informa con exquisita neutralidad  “Reintegración subjetiva 2007”, por una sentencia más rotunda y admonitoria, casi de maldición para el que ose profanarla. Algo así como "Con esta pluma firmé mi gloria y firmaré tu condena".


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