Es notorio que el paso del tiempo no ha hecho más que
empeorar la estatuaria pública complutense. Con esa razón de peso que solo
puede gastar un artista que vive abrazado a la piedra, el gran Andrés Fernández Alcántara defiende que la mejor pieza de Alcalá de Henares continúa siendo la
estatua de Miguel de Cervantes que Carlo Nicoli creó con aire becqueriano por encargo municipal para
presidir la plaza mayor, hace ya casi siglo y medio. Aunque también es justo apuntar
que en la galería de los horrores que puntean las plazas y parques del mapa de
la ciudad, las excepciones más deslumbrantes tienen a mujeres como protagonistas.
Y nunca se hará lo suficiente por destacarlo.
'La estudiante', obra de Miguel Ángel Sánchez, en la calle Nebrija. |
Sin ir más lejos, las recientes obras de remozamiento en la
fachada de la Universidad Cisneriana han demostrado que, además de tratarse del
mejor museo escultórico de Alcalá, por vertical que sea, sus figuras en relieve
son mucho más hermosas de lo que se puede apreciar a ras de suelo. Y como parte
de ese descubrimiento, la delicadeza de la sabia, guerrera y bella Minerva
(sufrida Andrómeda, según otros investigadores) resulta especialmente
arrebatadora.
Todo un triunfo de
los talladores de los Arciniega, Sevilla y demás artistas que se afanaron a
mediados del siglo XVI por decorar la portada cisneriana, herederos estéticos a
su vez de los anónimos artesanos de la musivaria que fabricaron el mosaico de
Leda y el Cisne para una casa principal de Complutum hace casi dos mil años, y
que, in extremis de la destrucción, actualmente preside una de las
salas principales del Museo Arqueológico Regional de la plaza de las Bernardas.
Sí, es cierto que la factura es tosca y la figura se representa deformada, pero
cuenta más la voluntad de mostrar el desvalimiento de la joven, acosada por el artero
y brutal Zeus, transfigurado hasta aparecérsele como la bella y seductora ave.
Minerva (o Andrómeda), tras ser restaurada en la fachada cisneriana. |
La misma dignidad se reconoce en algunas labores del
presente, que nos reconcilian con aquello de que las cosas y las formas sencillas
terminan siendo siempre las más hermosas. Y a esa tradición pertenece, por
ejemplo, la muchacha que lee en un pliegue practicado, a modo de hornacina, en el
esquinazo de un edificio de la calle Nebrija. El ya desaparecido maestro Miguel
Ángel Sánchez, autor entre otras obras de conjunto de figuras del monumento a las víctimas del
11-M junto a la estación de tren, es el padre de esta criatura metálica que lleva ya más de dos décadas
leyendo concentrada en su balcón, ajena al trasiego de la vecina calle
Libreros. En la serenidad de La
estudiante, como se titula la obra, se adivina la fuerza de los grandes
símbolos. Y ahí queda por si alguna vez su docta calma sirve para algo más que
adornar un recoleto rincón del centro histórico.
Casi lo mismo se puede decir de la efigie de la infanta
Catalina, que va a hacer ahora diez años que se alza en una esquina de la plaza
de las Bernardas, la más próxima al torreón del Tenorio del palacio Arzobispal,
donde vino al mundo en 1485. El artista grancanario Manolo González Muñoz creó
en bronce esta imagen de la quinta hija de los Reyes Católicos, representada en
su mocedad, con el porte distinguido e ilustrado de una princesa renacentista,
ignorante aún del amargo destino que le habían adjudicado sus padres como reina
de Inglaterra, aunque victorioso al cabo, al menos en lo que tenía que ver con
su dignidad como mujer y su compromiso como estadista.
La infanta Catalina, antes de convertirse en reina de Inglaterra, en la plaza de las Bernardas. |
Y hablando de victorias, nada más acertado que apostar por
los clásicos y saludar la entrada al Campus por el puente de la Ciudad del Aire
con la imponente y misteriosa mujer alada y descabezada conocida como Victoria
de Samotracia. Aunque solo se trata de una copia en resina y a tamaño real de la reina del Louvre, con permiso de la
Gioconda, da gusto toparse con su poderosa estampa, el broche a un paseo por esta
particular serie femenina, compuesta por una comunidad de mujeres luchadoras y
heroicas.
Todo un contraste con el esperpento que ha convertido Alcalá
en el hazmerreír de toda España, a cuenta de la fiesta con stripper organizada
y consentida en unas instalaciones municipales. Un escándalo que, por otra
parte y a más inri en mitad de las celebraciones por el Día de la Mujer, ha
solapado una historia de valentía y generosidad insuperables protagonizado por
una alcalaína, la comandante médico Montserrat Martínez Roldán, que ha
inspirado a uno de los personajes de la película Zona hostil.
Lástima que al menos las mujeres con poder institucional en
Alcalá no hayan levantado la voz mucho más, y por encima de la conveniencia
política, para condenar y repudiar a los ceporros responsables en el primer
caso; y ensalzar y promocionar como se debe, en el segundo, a toda una heroina local,
como un modelo cívico a seguir. Y no es consuelo que nos queden a mano, y a
perpetuidad, esos gritos de piedra y metal con forma de mujer que asoman por
nuestro callejero.
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