Los andamios que durante las últimas semanas han tapado la entrada a
la Casa de los Lizana acaban de ser retirados y han dejado al descubierto el remozado
escudo de los leones rampantes y encadenados, uno de los más hermosos de Alcalá. De hecho, hay muy pocos edificios históricos del barrio monumental complutense que puedan presumir de una portada con un adorno tan característico y majestuoso como éste.
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El majestuoso escudo que preside la entrada de la Casa de los Lizana, una joya del arte plateresco, tras su rehabilitación (foto: La Luna de Alcalá) |
Por eso mismo, tampoco es extraño que a lo largo de los últimos lustros se le hayan asignado los más variados usos a este edificio que fue
convento, colegio, palacete y casa de vecindad, antes de ser comprado por el Ayuntamiento.
Museo para los más variados contenidos (el último, el de la colección de los
Madrazo, en paradero desconocido desde que la ínclita
presidenta Aguirre se la endosó al Consistorio),
biblioteca cervantina,
centro de estudios de Azaña, sede de la
Asociación de Empresarios del Henares, residencia de
visitantes ilustres y oficinas de concejalías varias han formado parte de la baraja municipal. Éste último destino, como sede de la Concejalía de Desarrollo Económico y del ente
Alcalá Desarrollo, se llevó finalmente la palma hace cosa de una década.
Y bien está así sabiendo que pudo ser mucho peor. Y no solo porque el abandono podría haber condenado a la ruina a este joya del
arte plateresco. Algún temerario, cegado por la
potencia estética y visual de estos leones flamígeros y atados con cadenas –uno con la mirada fiera fijada en los paseantes y el otro rugiendo con la cara vuelta hacia el cielo-, llegó a elucubrar con desmontarlos y colocarlos, así como así, en el mismísimo
Museo Casa Natal de Cervantes.
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Placa que estuvo colocada en la calle Cervantes para señalar, erróneamente, el lugar donde estuvo la casa natal de Cervantes (Archivo IPHE) |
Lo cuenta el investigador local
José María San Luciano en su libro
La Casa de Cervantes de Alcalá de Henares y el Día de la Provincia (Domiduca Libreros, 2012). La obra narra cómo se gestó la construcción del museo, así como las vicisitudes de la inauguración en
1956. Aunque el relato de la larga búsqueda del hogar de los Cervantes es el bloque más revelador del libro. Profusamente ilustrado con imágenes poco conocidas y notas, el investigador detalla todas las intentotas que se escenificaron en la ciudad para hallar la casa y erigirle un
museo-biblioteca al hijo más ilustre de Alcalá desde mediados del siglo XIX.
A partir de la ‘primera casa’ que, según la tradición, estuvo en la calle Cervantes, en la
huerta del convento de Capuchinos que hoy ocupa el
Teatro Salón Cervantes, y al que el entusiasta cervantista local
Mariano Gallo le dedicó una placa en
1846. Le sucedió luego el abogado
Ramírez de Villaurrutia, que en
1872 se ofreció a sufragar una biblioteca cervantina en una casa de la calle Escritorios. Y ya en el siglo XX se alentaron nuevos proyectos, como el de instalar un museo cervantino en alguna de las alas de la
Cisneriana, hasta que el biógrafo
Luis Astrana Marín encontró en
1941 las primeras pruebas de la localización de la casa de los Cervantes en el
número 2 de la calle de la Imagen.
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Fachada que se añadió a la reconstrucción de la finca original donde estuvo el hogar de la familia Cervantes y a la que se pensó en añadir el escudo de los leones de la Casa de los Lizana (foto: www.museocasanataldecervantes.org) |
Tuvieron que pasar quince años para que el museo viera la luz, tras una compleja y onerosa compra del edificio, en especial de la crujía que daba a la
calle Mayor, por el empeño de los arquitectos y restauradores de ‘darle entrada’ a la casa por la emblemática vía, con arreglo al proyecto de recuperación y acondicionamiento del caserón que se diseñó bajó los auspicios del
Ministerio de Educación Nacional.
Y no fue éste el único capricho, pues se barajó la mencionada, y muy disparatada, idea del desmontaje y traslado del espectacular escudo de la Casa de los Lizana, con el
poderío aristocrático de los dos felinos encadenados, para darle el mayor empaque posible a la Casa de Cervantes. Afortunadamente la cosa no pasó de la mera especulación.
Aunque el sentido común no alcanzó a todo y la falta de rigor histórico, además del desmedido afán de proporcionarle el cobijo más suntuoso al universal escritor (“Pensaron que Cervantes se merecía no menos que
un palacete”, afirma San Luciano), acabó pesando en exceso en una reconstrucción que aún hoy causa controversia. Claro que el colmo hubiera sido pegar los leones a la
fachada de chalé desarrollista que se asoma a la calle Mayor.