Salta a la vista, pues, que la tradición teatral alcalaína viene de muy lejos. Y por consiguiente, si existe una población en Madrid que merece ser sede de un festival teatral, esa es Alcalá, por delante incluso de la capital. Y así lo es desde hace 17 años, con Clásicos en Alcalá, una muestra de teatro, danza, música, espectáculos de calle y pasatiempos infantiles, pero también exposiciones, sesiones de cine y hasta degustaciones gastronómicas, inspirados en autores, obras y estéticas del canon que se considera clásico.
La Comunidad de Madrid respaldó y dio carácter regional a esta iniciativa, que nació con el siglo, siendo alcalde el socialista Manuel Peinado, y con la colaboración decisiva de la desaparecida Fundación Cultural Diario de Alcalá, hasta convertirse en el evento que pone el pórtico a los festivales de verano en nuestro país. Y desde primera hora la celebración contó con el latiguillo de “Alcalá, la ciudad del teatro”. Aunque en verdad la ciudad no conoce hasta qué punto, material incluso y no solo abstracto, se trata de un lema de lo más auténtico y no puro marketing cultural.
Porque lo de Petreyo que rescató la profesora Gago Saldaña y lo del viajero portugués que recordaba el venerable hispanista británico constituyen solo un hito en una historia que se remonta a muchos siglos atrás. Si se terminan de confirmar vía excavaciones lo que descubrió la joven arqueóloga Sandra Azcárraga a través de fotografías aéreas, hace 2.000 años ya pudo existir un teatro en la meseta del Zulema, en cuyo subsuelo reposa el esqueleto de la Complutum primitiva [ver en este blog la entrada ¿Quién ayuda a desenterrar la Alcalá del Cerro del Viso?].
Las ruinas de Complutum suelen acoger visitas teatralizadas, como las que se muestran en la imagen (foto www.arqueodidat.es) |
Como tampoco cuesta imaginar que en la lonja de la colegiata de los Santos Justo y Pastor, luego iglesia magistral, pudieran disfrutarse de misterios y autos sacramentales. Especialmente cuando el vecino palacio-fortaleza de los arzobispos de Toledo era residencia habitual de los reyes para largas estancias de reposo; y en su honor se oficiaban en la villa toda clase de oficios religiosos, festejos y justas.
Y no hay que imaginar, porque es conocido de sobra y ha llegado hasta nuestros días, que el Corral de Comedias construido en 1601 por el carpintero Francisco Sánchez a base de ladrillo y vigas de álamos negros del Henares en un patio de vecinos de la plaza del Mercado, es memoria teatral viva, y no exclusivamente local. Primero acogiendo a los grandes, y a los pequeños, del Siglo de Oro; en el siglo XVIII, como coliseo neoclásico, comedias del viejo y el nuevo régimen, así como música de la época, con un recital frustrado de Farinelli, el castrato más famoso de la historia; y por último, ya en el siglo XIX como teatro romántico, folletines y dramones.
En 1888, levantado en el tiempo récord de 28 días, abrió sus puertas el Teatro Salón Cervantes, que junto al Corral, y a pesar de toda clase de tribulaciones, han permitido unir pasado y presente en cuestiones escénicas. Incluso durante algún tiempo, a comienzos del presente siglo, los dos viejos teatros compartieron actividad con hasta cuatro teatros más: los universitarios La Galera y Lope de Vega, éste último en la vieja iglesia del colegio de Caracciolos; la sala Margarita Xirgu del sindicato CC OO y la pequeña sala del Teatro del Mundo, la fugaz escuela de teatro clásico de la actriz Alicia Sánchez.
Quedan aparte los espacios escénicos al aire libre, en plazas y recintos cerrados, que han venido sirviendo sin pausa en los últimos treinta años para toda clase de representaciones. Y no todos ubicados en el centro histórico. De hecho, pendiente de 'estreno' está el aún desolado -y desolador- auditorio de la recién bautizada plaza del Viento en Espartales Norte, el barrio más joven y remoto.
No obstante, es sobre el espacio físico del TSC y el Corral por donde continúa pasando gran parte del futuro del teatro en Alcalá en general. Y del festival de clásicos en particular. Incluso del festival Alcine, cuyas únicas salas de proyección en el centro de la ciudad son justamente los dos viejos teatros, que también en su larga vida han servido como cinematógrafos.
en la edición número 17 que arrancará el próximo 15 de junio el público disfrutará de más espectáculos de calle y de una cartelera que, tras un proceso de selección de funciones y compañías, tiene como hilo narrativo la sugerente idea del “Alma de mal”. Al fin y al cabo, festival es sinónimo de fiesta y de competición, respectivamente.
Ojalá el vecindario no trate con la indiferencia habitual el acontecimiento, al que por otra parte nunca le han faltado leales y entusiastas espectadores. Es verdad que no se crea público ni cultura de teatro de un día para otro. Pero asombra la paradoja de que, siendo este el entretenimiento público más antiguo, con muchísima diferencia, y de los más populares de cuantos se han gozado por estos pagos, parezca a estas alturas de siglo XXI casi un capricho de élites.
Quizá algún día –por algo este cuaderno digital se titula 'Complutopía'- volvamos a ver tragedias del mundo antiguo en los viejos teatros complutenses reconstruidos a partir de los fósiles que aún debe proteger la arcillosa madre tierra típica de por aquí. O alguna compañía se anime a representar las comedias “tan divertidas, tan frikis y tan alcalaínas” de Petreyo, como las describe la profesora Gago Saldaña; en el Paraninfo o en ese monumental auditorio de piedra y galerías soportaladas que es el patio de Santo Tomás de Villanueva de la Cisneriana.
En fin, es muy posible que no sea tan impactante como pegarle fuego a Cervantes en una falla valenciana. Pero seguro que sería muchísimo más genuino.